domingo, 13 de diciembre de 2020

¿Me la juego o me quedo en casa?

 

¿Me la juego o me quedo en casa?

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Estoy acostumbrada a tomar decisiones; la última que alguien tomó por mí, sin tenerme en cuenta, fue a los diecisiete años cuando mis padres decidieron que estudiara lo que ellos creían conveniente en vez de permitirme ir a Pamplona a estudiar lo que yo sabía era mi vocación: periodismo. Juré gritando al cielo que nunca más dejaría mi libertad en manos ajenas. Quien me conoce sabe que ésta sea probablemente la única coherencia que mantengo, siendo el resto de mi vida un cúmulo de contradicciones que mejor no comentar ahora porque no quiero perder la ilación del discurso.

¿Que de qué hablo? ¡Pues de qué va a ser,  si no hay otro tema estas últimas semanas…! De la supuesta, inventada, ficticia y FALSA inmunidad de la Navidad frente a la COVID-19. Hablo de que los diferentes mandamases (propios y ajenos) están perdiendo el sueño a base de decirnos lo uno y su contrario a la vez. Que  no nos juntemos, pero de diez en diez. Que ventilemos mucho, pero mejor cada uno en su casa. Que podemos compartir comilonas con “allegados”, pero sólo si nos caen bien y, sobre todo, que no se nos ocurra abrazarnos ni cantar villancicos.

Un despropósito total y absoluto. Nos tratan como si fuéramos criaturas sin criterio y sin cerebro, aunque igual nos lo tenemos merecido por haberles votado ¿no?

Pero a lo que voy. Mis decisiones las tomo yo, señores “dictadores” (que viene del verbo “dictar”, el BOE o el BOPV, por ejemplo); no hace falta que nadie se tome la molestia de imponerme con quién debo o no compartir langostinos (esto es un tópico, odio a muerte a esos comedores de basura oceánica), que ya lo decido yo solita por la cuenta que me trae.

Así las cosas –y viendo cómo está el percal- he decidido desde la prudencia -aunque con harto dolor de mi corazón-, pasar las navidades tranquila y sola en mi casa; en esta ocasión me puede más la mente que el corazón. Renuncio al viaje previsto a Alemania para llevarle a mi hija en mano el turrón de chocolate que tanto le gusta; renuncio a sumarme al descerebramiento colectivo de hacer como si no pasara nada y contando con que del virus “SE CONTAGIARÁN LOS DEMÁS”. No hace ni dos semanas que ha fallecido el esposo de una querida prima carnal y he tomado buena nota.

Las carreteras van a colapsarse de vehículos con gente yendo y viniendo, jugando a la ruleta rusa con el bichito invisible. Si fueran aviones que arrojaran bombas nadie saldría de su casa, pero como el “material bélico” es invisible nos hemos acostumbrado a ser unos “valientes de salón”.

Me fastidia lo indecible haber tenido que tomar la decisión de renunciar a unos maravillosos días de abrazos reales y risas contagiosas; soy consciente de que comeré o brindaré sola en casa porque los convivientes desaparecieron de mi panorama vital hace muchos años y los “allegados” estarán en su casa con sus propios convivientes. Qué lío, por todos los dioses.

Lo que sí tengo claro es que, sea en Navidad o por Pascua Florida, yo tomo mis propias decisiones en pleno uso de mis facultades físicas y mentales. (Por fórmula legal interpuesta, si hace falta).

Vosotros, ya digo, haced lo que os pete o lo que os digan los hijos y los nietos. O lo que dicte la prudencia y el sentido común. O el miedo, tanto da. Lo verdaderamente importante es poder seguir vivos…aunque nos comamos las uvas solos.

Como bien indica el Dr. Miguel Ruiz en su libro “Los Cuatro Acuerdos”:- Cuarto Acuerdo: Haz siempre lo máximo que puedas”. Y esta máxima que he seguido (casi) fielmente durante muchos años ahora resplandece en su sencillez porque, verdaderamente, con mi decisión estoy haciendo “lo máximo que puedo”, que es cuidar mi salud para que nadie tenga que cargar con mi enfermedad.

Si la decisión que he tomado es la correcta o no únicamente lo sabré a futuro… pero no tengo –nadie tiene- una bola de cristal para anticiparse aunque haya “expertos” que ya estén prediciendo lo que pasará en Enero si nos saltamos la prudencia en Diciembre a la vez que presionan al Gobierno para que permita que cada uno haga (en su caso y en su casa) de su capa un sayo.

A pesar de todo esto…felices los felices.

LaAlquimista

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