jueves, 17 de diciembre de 2020

Dejar marchar

 

Dejar marchar

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No sé por qué pensamos que con el paso de los años tendremos “más” de todo: experiencia, sabiduría, vivencias, recuerdos y amigos. Y dinero, claro está. Recuerdo con cierto rubor cómo en mi entorno se proyectaba el futuro a medio/largo plazo sostenido sobre vigas tales como un buen matrimonio, un buen trabajo, la parejita y una segunda vivienda. Y muchas relaciones, muchos amigos para no tener que estar nunca solos.

Casi todo ha resultado ser un engaño, a ver quién es capaz de negarlo; pero era el acicate para producir más y mejor, para trabajar de tal manera que las prioridades que creíamos elegir fueran exactamente las que los que movían los hilos habían decidido que fueran. Varias generaciones siguieron ese camino convertido hoy en día en autopista de muchos carriles pero con muchos desguaces en las carreteras secundarias.

Cuando echo la vista atrás –lo que procuro hacer cada vez menos puesto que me produce una especie de urticaria emocional- y compruebo que de todo aquello por lo que luché no quedan más que unas cuantas migajas y un par de milongas, me dan ganas de multiplicarme por cero y desaparecer. Me abruma la película de todo lo que se me ha escapado –me recuerda a la tortura de “La naranja mecánica” con los párpados sujetos con pinzas para no dejar de mirar-, de todo lo que podía haber sido y no fue; qué cansancio vital.

Y es que no queremos “dejar marchar”, no sabemos hacerlo porque nos han inoculado que se puede tener todo en esta vida, que basta con luchar por ello lo suficiente; que las personas, los amores, la salud, las situaciones, las cosas incluso, son bienes duraderos y ese es el motivo por el que nos aferramos a todo ello con absurda desesperación.

Los amores se van porque tienen que ser libres. Los amigos tienen sus propios afanes que no tienen por qué coincidir con los nuestros. Los hijos deben volar y los padres ancianos ser lo menos egoístas posibles; nosotros, en el medio, tendremos que aprender a “dejar marchar” a unos y a otros. Y quedarnos solos porque esa es la premisa bajo la que vinimos a este mundo: “solos nacemos y solos moriremos” y más nos vale ir preparándonos para el último acto de nuestra personal tragicomedia.

Aferrarse trae muchos disgustos y provoca no pocas enfermedades en el espíritu de la persona que luego tienen su repercusión en la salud. La gente sigue muriendo de pena, enfermando de rabia, trastocándose por la pérdida. Igual es que es demasiado difícil actuar de otra manera, igual es que somos mucho más débiles de lo que pretendemos. No sé.

Pero lo que sí sé es que si me agarro con uñas y dientes a cualquier situación, persona o cosa que tiende a desaparecer de mi órbita vital, si no lo dejo marchar, estoy yendo en contra de alguna de esas leyes con nombre raro que mantienen el equilibrio universal y, los errores se pagan.

Despide sin pena a quien decide tomar otro camino diferente al tuyo: al familiar que no te habla, al amigo que te ha bloqueado en el whatsapp, al amante que ya no te llama. Todo tiene un porqué que juega a nuestro favor aunque no se perciba a primera vista. Dejemos marchar para quedar en paz.

Felices los felices.

LaAlquimista

 

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