jueves, 3 de diciembre de 2020

¿Pongo el árbol o le pego fuego?

 

¿Pongo el árbol o le pego fuego?

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Dejé de decorar la casa con motivos navideños cuando me cayó encima el tristemente famoso “síndrome del nido vacío”. Me di cuenta –sólo entonces- de que la parafernalia de adornos navideños tenía sentido (aunque bastante poco habida cuenta de mi total convencimiento agnóstico) únicamente cuando había infantes alrededor. Sin embargo, el año pasado mi hija pequeña desempolvó las viejas ilusiones y allá que me fui a “los chinos” a comprar un árbol de plástico. (También tengo total convencimiento ecológico) Durante los días en que regresó de su exilio profesional en Deutschland, recuperé parte del “espíritu de la Navidad” por (culpa de) ella; hasta hice sopa de pescado…

Este año –qué rápido ha transcurrido a pesar de la angustia global- no sé si poner el árbol o tirarlo directamente al contenedor amarillo. ¿Para qué –me pregunto- voy a disfrazar la casa de “mercadillo navideño” si no voy a recibir a familia alguna? ¿Para mí sola, como decimos las mujeres  cuando no tenemos ánimo ni de teñirnos las canas?

No es cuestión de ser positiva ni negativa; es cuestión de echar a la cazuela lo que haya en la despensa, poco más. El año 2019 fue la primera vez en toda mi vida que pasé una Nochebuena sola. El día 25, mi madre empezó a morirse de verdad y vino corriendo la familia que vive fuera. Se me llenó la casa (qué paradoja) y hasta celebramos ¿? la Nochevieja como nunca. La muerte junta a las personas, hasta a las que no tienen por costumbre juntarse.

Así que aquí estoy con mi árbol de plástico y las cajas de bolas y espumillón y una duda trascendental que me corroe por dentro. ¿Lo pongo o le pego fuego? Mi hija mexicana me aconseja que haga lo que mejor me haga sentir y yo me digo en voz bajita que lo que más feliz me haría sería poder estar con ella y con mi nieta. Mi hija alemana me sugiere no llevarme la contraria a mí misma y le respondo que el virus y yo no nos ponemos de acuerdo y que bien quisiera volar a su lado sin correr el riesgo de desintegrarme (entre PCR’s y neurosis de aeropuerto) por el camino amén de llevarle un regalito no deseado de Olentzero en los pulmones.

Recuerdo ahora que el confinamiento primaveral lo pasé acicalándome cada día como si tuviera una cita y no me dejé llevar por la “desidia del pijama” que a tantas personas aplastó anímicamente. Sé que puedo superar el hecho de no tener “convivientes” para cenar en Nochebuena quedándome fuera de esas malditas “burbujas familiares” a las que se aferra la gente para no quedarse sola en fechas tan económicamente señaladas.

Tengo todavía unos cuantos días para decidirme; la Navidad no empieza el 27 de Noviembre se ponga como se ponga el Ayuntamiento. La Navidad de verdad empieza con la txistorra del 21 de Diciembre y termina con el roscón del 6 de Enero. Entre una fecha y la otra se apretujan sopas, langostinos, corderos y angulas de mentira. Y la alegría por abrazar a las personas a las que se ama  y la mayor de las desdichas: la de pelearse las familias con la saña guardada como oro en paño durante todo el año.

Creo que seguiré mi método infalible para cuando tengo que tomar una decisión que me perturba el sueño: esperar sin hacer nada. Ocurrirá de madrugada o en mitad de una película; me llegará desde el interior un pequeño chispazo que iluminará la oscuridad y me mostrará el camino a seguir. Nadie mejor que yo conoce mis íntimos entresijos y la manera en que venzo a mis propios demonios. Aunque creo que eso nos pasa a casi todos…

Felices los felices.

LaAlquimista

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