jueves, 12 de agosto de 2021

¿Memoria de elefante o memoria pez?

 Viernes, 6 agosto 2021, 07:55

La vida da sorpresas y las redes sociales las multiplican de manera (casi) surrealista; tal es el caso de que vuelva a aparecer en tu vida –o en tu página de Facebook- una persona a la que no has visto en los últimos treinta años. Cosa curiosa y que ofrece posibilidades que pueden ir desde lo absurdo hasta lo estremecedor.

Pues ahí estaba yo, el finde pasado, intentando reconocer detrás de su mascarilla a un hombre que fue importante en mi vida en el lapsus de soltería que me sobrevino entre mi primer y segundo matrimonio. Tenía buen recuerdo de él o quizás –para ser sincera- debería reconocer que toda su persona estaba envuelta en la bruma esa de la memoria que se nos instala a muchas personas a partir de cierta edad, bruma que cultivo y defiendo porque creo firmemente que la buena salud (mental) va de la mano de la mala memoria.

El caso es que, ¿cómo reconocernos si estábamos enmascarillados? Sin sonrisas visibles de por medio, sin mirarnos a los ojos –porque para qué-, de la manera más aséptica y menos emocional posible porque había una contención, una prevención o acaso un temor a vaya usted a saber qué más allá de un eventual intercambio de virus (caso de que uno de los dos estuviera contagiado, que siempre damos por supuesto que “el otro” puede estarlo).

Pues ya puestos nos pusimos a hablar; al principio por no callar y luego ya metidos hasta el cuello en la piscina de los recuerdos que, me dio la impresión, estaban dulcificados por la pátina de los lustros, que tampoco nos vamos a poner intensos con las vivencias del siglo pasado.

Mi amigo –porque así tengo que considerarlo mientras no pase nada que nos dinamite-, hizo gala de lo que se llama comúnmente una “memoria de elefante”, relatando situaciones compartidas en el pasado y vivencias bastante contundentes… ¡de las que yo no me acordaba en absoluto! Quizás, una bruma, allá en el fondo de la amígdala o un leve soplo en el hipocampo; poco más pude sacar en limpio, es decir, recordar con claridad y compartir el regocijo de anécdotas que serían impensables hoy en día gracias al bagaje de batacazos que nos hemos dado (todos).

El encuentro fue agradable y se alargó hasta la hora del  toque de queda recomendado –lo matizo para que quede claro que el tiempo compartido fue amigable y positivo. No obstante, ya en mi casa, me dieron “los maitines” con el ojo abierto pensando y repensando cómo es posible que haya olvidado varios meses de mi vida,  como cuando uno sabe que ya ha visto una película pero la vuelve a ver y todo le suena a nuevo.

Sé que no tengo la enfermedad esa de cuyo nombre alemán nunca me acuerdo, pero también soy consciente de que he hecho todo lo posible por olvidar… ¡tantas cosas! Lo que me hizo daño (que no es el caso), lo que me machacó la autoestima, lo que estropicié por soberbia, lo que perdí por falta de cuidado… y no sigo que no me conviene auto compadecerme más allá de un párrafo y medio.

Creo que prefiero tener “memoria de pez” a “memoria de elefante”; si acaso me quedaría con la “memoria de la hormiga” que siempre recuerda el camino que le lleva de vuelta al hormiguero, a su hogar, que en definitiva es el lugar interior donde podemos vivir en paz.

Felices los felices.

LaAlquimista

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