jueves, 12 de agosto de 2021

Yo invito y tú pagas

 Martes, 3 agosto 2021, 08:10

Es un chiste con aroma viejuno que estuvo de moda cuando cierto tipo de cortejo empezaba a cambiar gracias a que el  feminismo reivindicativo de los años 70 puso a la mujer ante una realidad incuestionable: si queríamos dejar de ser dependientes del hombre debíamos ser capaces de gestionar los garbanzos del propio puchero. Y salió el chiste este que digo y la “gracia” era que había un hombre que  “invitaba” y el resto se daba por sentado. A mí me prevenía mi madre: “hija, no te dejes invitar que luego te lo querrán cobrar”, hasta que llegué a una edad en la que yo le respondía a ella con mi peculiar retranca, “mamá, si ahora soy yo a quien le gusta invitar…” y hacíamos risas como tontas; o como listas, ya no me acuerdo.

Esto viene a que la hija de una amiga mía ha sido “invitada” a una boda y ella y su pareja –y el resto de hasta casi doscientos invitados- han tenido que pagar de su bolsillo la comilona en un afamado restaurante y me da en la nariz que con lo apoquinado de más ha llegado todavía para el exótico viaje de novios. O sea que ha vuelto el trasnochado “yo invito y tú pagas” pero con muchísima alevosía y no poca premeditación.

Serán las modas o los nuevos tiempos o que la gente no tiene un duro y quiere dárselas de “señorío” y cursa tarjetones de boda incluyendo el número de la cuenta corriente junto con el “dress code”. Y digo yo, ¿pondrán también la cantidad sugerida como “óbolo” o eso quedará ya demasiado feo?

¡Anda que si lo llego a pillar yo cuando me casé que todavía andan dando vueltas por casa las bandejas de alpaca y la cristalería d’Arques! Invitamos a noventa y cinco personas entre familiares y amigos y nos gastamos una pasta gansa en pagar la factura del restaurante. Mis padres, muy en su papel, pagaron la mitad (“su” mitad), me regalaron el vestido de novia y ancha es Castilla.

Pero lo cierto es que se me hubiera caído la cara de vergüenza de hacer un bodorrio sin tener dinero suficiente para pagar las facturas. A eso se le llamaba antes “quiero y no puedo”, pero ahora se le dice “porque yo lo valgo” y todos tan felices pasando los euros (¿se podrá por Bizum?) de un banco a otro a favor de los novios para que nos salga “su” boda por un pico y la yema del otro. No sé quién patentó el sistema, pero habría que ponerle una placa en alguna calle del extrarradio poligonero de todas las ciudades.

Los tiempos cambian y debemos adaptarnos a los mismos, esa es la sabiduría y el apaño que a todos nos conviene para que no nos tilden de carcas o de reaccionarios. O eso dicen. O eso hace la mayoría. Aunque yo me lo pensaría antes, sinceramente, aun a riesgo de quedar mal con los novios. Vamos, que cruzo los dedos para que nadie me invite a festejo alguno que tenga que pagar yo de mi propio bolsillo.

Aunque, pensándolo bien, no creo que sea cuestión de que me estoy haciendo mayor al galope sino de que la picaresca ya ni siquiera es lo que era porque se ha incorporado al modus operandi de las gentes de este país, donde, no lo olvidemos, el más tonto hace relojes. En fin…

Felices los felices.

LaAlquimista

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