jueves, 12 de agosto de 2021

Viernes que parecen lunes

 

Se me ha caído el ratón del ordenador al suelo –una vez, sólo una vez y no desde un acantilado sino desde la mesita bajita que todos tenemos delante del sofá- y ha dejado de funcionar al instante. Ya sé que tengo que comprar otro, que son de plástico, de la república popular esa donde todo lo hacen bajo el lema de “mírame y no me toques”.

Mientras me armo de paciencia computerizada suena el móvil desde un número oculto y a pesar de que me han dicho muchas veces que no hable con extraños desobedezco y resulta que es del Hospital para decirme que la consulta de ginecología que tenía para hoy (desde hace tres meses) me la pasan a septiembre porque la titular no puede atender “por asuntos personales”.  Que digo yo que si esos “asuntos personales” no incluirán las vacaciones completas de verano… y cruzo los dedos por no tener un papiloma o algo peor que se degrade de aquí a dos meses más. La paciencia se me escurre de entre los dedos y se me escapa un juramento pequeñito, es demasiado pronto para cabrearme como dios manda…

Después de cargar un poco de combustible a base de café y pan tostado –que casi se me quema y he tenido que raspar- llamo a mi operador telefónico para que me confirme si tengo “datos indefinidos” en mi Smartphone o me los van a cobrar a precio de oro a partir del día que a ellos les dé la gana, que te hacen “ofertas de verano” que lo mismo caducan el 1 de Agosto. Llamo pero no consigo contactar más que con un ciborg que repite su mantra metalizado mientras me taladran los oídos con una musiquita de sala de espera de dentista. Como en el número de Atención al Cliente (menudo eufemismo) no consigo más que ponerme de los pelos, cruzo los dedos y a tirar millas.

Afuera llueve, poco pero llueve. He guardado la ropa de invierno y no tengo más que sandalias y ropa ligera a mano después del amago de verano que tuvimos hace unas semanas. ¡Que todas las desgracias sean así! –pienso mientras rebusco la chamarra ligera y rescato las deportivas que no calan… y los calcetines. No hay cosa que fastidie más que andar guardando y sacando ropa según las estaciones, me consta que es una labor que aborrecemos las mujeres (los hombres ni idea, mucho me temo que lo tienen todo junto para no liarse demasiado).

Otro año más Hacienda me la ha vuelto a meter doblada en el IRPF a pesar de ser pensionista. Ha subido la luz, la gasolina y las cerezas de Milagro están por las nubes y junto con los melones de Villa Conejos están en la sección VIP del colmado de la esquina. Me han aumentado el seguro del coche –y mira que lo tengo en esa compañía que hace una publicidad asquerosamente agresiva-  con la excusa de no sé qué del Consorcio y he reclamado y para consolarme me han regalado 40€ en dos vales gasolina, otros mentirosos. La segunda dosis de la vacuna me la pusieron el lunes y todavía no me he recuperado del atontamiento y dolor de riñones.  Llega el mes de Agosto y los geranios se han muerto por culpa de una corriente de aire malintencionada.

Los amigos me consuelan cuando no les consuelo yo a ellos, que andamos todos con el paso cambiado, cansados, irritables, deseando irse de vacaciones con o sin tapabocas, con ganas o sin ilusión porque este año huir de la rutina va a ser una necesidad casi vital, ya está el personal calentando motores y pegando acelerones como los moteros en un semáforo en rojo.

Yo también deseo cambiar mi rutina por otra que me sea un poco más amable lejos del asfalto que me asfixia, lejos de la playa con aforo limitado y guardias de la porra vigilando y, sobre todo, lo más lejos posible de esa parte de mí misma que se levanta cada mañana con el ruido del tren machacando las neuronas y se duerme cada noche con los dedos cruzados para que el mundo sea un poquito mejor, para que las personas dejen de reprocharse unas a otras las cosas viejas y, sobre todo, para poder sentir que hay un huequecillo de esperanza…a pesar de todo.

Es viernes y –una vez más- tengo que inventarme la vida. Me compraré un libro y unos salmonetes, que eso siempre levanta el ánimo.

Felices los felices.

LaAlquimista

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