jueves, 12 de agosto de 2021

Dejar la vida pasar

 

“Mañana en Cape”. Edward Hopper.

Las grandes revelaciones no ocurren de repente ni sobrevienen inspiraciones divinas en forma de llamas de fuego que iluminen la parte en sombra de la mente; se labran durante años los surcos necesarios para recibir la simiente, se espera el riego, el sol, el fruto. Y, a veces, germina –la revelación- y otras –la mayoría- se queda la tierra baldía, yerma, como tantas vidas.

En eso pienso ahora, tranquila en la mañana sin sobresaltos que me acoge mucho más como regalo que como rutina, después de haber padecido sobre mi cabeza (en el piso de arriba) los brotes psicóticos de una vecina con gran desequilibrio en todos los órdenes: mental, emocional, conductual e higiénico, envuelto todo ello en la más pura violencia hacia sí misma y hacia los demás.

He vuelto a casa con la agenda perlada de citas, compromisos o cosas que había decidido que “tenía que hacer”; gente con quien estar, libros que leer, reflexiones para volcar en palabras, planes, proyectos, expectativas. Pero sé que necesito un parón –otro más- ý sentarme tranquila con la taza de té humeante junto a la ventana y mirar pasar las nubes, las horas incluso, en una no-actividad de vivir y sentir el momento presente, sin otra necesidad.

Dejar la vida pasar observándola cómo se comporta; mirando y viendo, oyendo y escuchando, sintiendo y padeciendo, todo junto en el mismo círculo pero separado por las emociones. Quizás algo de tristeza por lo que se perdió, pero que se compensa por la alegría esperanzada de lo que está a punto de llegar, una nueva vida a la familia. Quizás un punto de rabia por la última pequeña infamia descubierta (hay muchas que nunca conoceremos, afortunadamente) que durará lo justo para dejar paso a las pequeñas generosidades de las que somos objeto con tanta frecuencia.

Dejar la vida pasar sin empeñarme tanto en conseguir las cosas. ¿Qué importancia tendrá a fin de cuentas que esté todo ordenado y en su sitio si no somos más que juguetes del azar? ¿Para qué luchar y sufrir queriendo conseguir cosas o caricias que no están hechas para nosotros? Ni el dinero ni el amor hacen una vida plenamente satisfactoria puesto que siempre nos empeñaremos en buscarle tres pies al gato para tener algo de lo que quejarnos; nosotros mismos nos ponemos palos en las ruedas, basta con hacer un rato de autocrítica.

Que la vida pase a nuestro lado sin arrastrarnos en ninguna avalancha; que nos sea dado el privilegio de ser espectadores reflexivos y, cuando llegue el momento, seres humanos activos y, entonces sí, hacer lo que tengamos que hacer volcándonos en ello con la conciencia de hacer las cosas lo mejor posible.

“Verlas venir” desde lejos y dejar que se acerquen y cuando estén lo suficientemente cerca, afinar la vista para que no nos deslumbre ninguna luz más que la de la realidad y, si es posible, la de esa “verdad” que tanta paz interior proporciona.

Decir adiós sin pena a quienes ya hace tiempo se alejaron, desprenderse de los últimos rencores que daban vueltas por ahí y dejar que las vidas, todas, la propia y las ajenas, sigan su caminar sin que la ruta elegida nos haga daño alguno. Que todos puedan ser felices a su manera. Y yo, a la mía.

Felices los felices.

LaAlquimista

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