viernes, 11 de marzo de 2022

Aversión a las redes sociales

 

Aversión a las redes sociales

Como sé bien que de contradicciones vamos todos sobrados y que las paradojas conforman la realidad más veces de las que nos gustaría, constato con sorpresa que, siendo como soy defensora de la tecnología y usuaria de las herramientas que a nuestra disposición están, el 80% de las personas con las que me relaciono, pasan olímpicamente de las Redes Sociales donde yo me muevo como pez en el agua.

Se salvan mis hijas y cuatro amigas y amigos. El resto de familiares, amigos y conocidos me miran con una especie de conmiseración amable –por no ofenderme- mezclada con una pizca de superioridad –que disimulan para no ofenderme también-. Es decir, que no quieren saber nada de nada ni de mi blog, ni de mi página en Facebook, ni de mis eventuales incursiones en Instagram. En consecuencia no leen los post que escribo ni se enteran del esfuerzo de comunicación que hago por relacionarme con el mundo.

En su derecho están, faltaría más, cómo voy a pretender que nadie haga lo que no quiere hacer, ni mucho menos voy a intentar convencerles (o rogarles) que interactúen conmigo de cualquier manera que ellos no estén dispuestos… Aunque en el fondo pienso que tienen buenas razones para actuar así; tendría que ser muy fatigoso andar compartiendo opiniones, emociones o sentimientos con “todo el mundo”, aunque a mí no me importaría estrechar lazos con las personas con las que ya hay una corriente de afinidad amigable…

Entonces me doy cuenta de que vivo en dos mundos paralelos, con una pierna en cada uno de ellos. Por un lado, las reflexiones y aprendizajes que comparto “virtualmente” y por el otro las experiencias “reales” de las que puedo hablar durante un paseo, una conversación telefónica o una sobremesa con el estómago bien servido.

Constato –con sorpresa poco amable- que las personas que conforman esos dos espacios separados casi nunca podrían mezclarse, como si fueran indisolubles elementos químicos que están en los extremos de cualquier tabla periódica. Es decir: se hablan idiomas distintos. Aunque también habrá que reconocer que quienes jugamos a esas dos bandas somos “políglotas” y, como tal, tenemos la ventaja de no necesitar un traductor que nos aclare lo que no entendemos.

Las redes sociales han venido para quedarse –a ver quién lo duda aunque no le agrade- y es cuestión de tiempo (poco tiempo) serán  inherentes al desarrollo de la humanidad conectada por wifi.

Matiz importante a no obviar es el de constatar que las personas que rehúyen las RRSS o que abominan de ellas forman parte del rango de población mayor (o mucho mayor) de 50 años. Cuando hablo con ellos, gente de mi edad sobre todo, veo que se cierran en banda a cualquier intento –por mínimo que sea- de sugerirles (y no digamos ya, de convencerles) de que las redes sociales conforman un tipo de herramientas que, dándoles buen uso, tienen muchas ventajas que ofrecer.

La “brecha digital” comienza en la mente, en el rechazo a lo nuevo o quizás a lo no comprensible fácilmente. Esas personas que se niegan en redondo a participar de esta triste aldea global en la que vivimos aunque no nos guste nada, son las mismas que luego se quejan de que “no entienden nada” de cómo funcionan ciertas cosas. No compran on-line, se pierden en las páginas web de todo tipo y tan sólo acceden a la información que viene en “el papel”. A cambio –y creo que para compensarse a sí mismos- engullen televisión por un tubo.

Este post es una crítica que espero que no tenga más consecuencias que las mínimas ya que, coherentemente, nadie se podrá dar por aludido… si no lo han leído.

Felices los felices.

LaAlquimista

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