martes, 10 de enero de 2023

Gastos imprescindibles por Navidad

 

Gastos imprescindibles por Navidad

No me cabe la menor duda de que cada persona tendrá sus respetables prioridades en la forma de hacer cambiar de manos el dinero que cuesta tanto ganar. Pero, suponiendo que haya “de sobra”, -que no es tanto suponer si estás leyendo este post-, me llama la atención detectar cómo cada cual hace de su capa un sayo… también en navidades.

Están los que echan cuentas de cuánto cuento pueden permitirse. Es decir: lo justo para poner en la mesa algo que luzca un poco aunque no demasiado. Son los que comprarán sucedáneos de lo auténtico que sale demasiado caro. Ahí está el mercado mayoritario para vender angulas falsas, cangrejo ruso falso, caviar falso, foie falso, turrón falso. O beber sidra achampanada en vez de burbujas de verdad. Son estos los que no podrán hacer más regalos que los que se necesiten urgentemente: un pijama, calcetines, quizás un abrigo –pero esperando a las rebajas-.

Nadie quiere pertenecer a ese grupo que a duras penas llega a fin de mes. Nadie quiere que le miren como si fuera pobre y, es precisamente por eso, por lo que hay a disposición del consumidor todo aquello que haga soñar con el prestigio indudable de poder consumir. Hay que poder comprar y que sea manifiesto.

Veo por un agujerito al ama de casa que además trabaja otras ocho horas fuera de su casa recibiendo con cara de estupefacción una colonia de 80€ de las que anuncian en la tele. La imagino traduciendo ese dinero en posibilidades para el carro de la compra. O yéndose una tarde loca al Primark para darse el gusto. Pero no. Le han regalado algo súper luxurious que no le hace ni un ápice menos infeliz.

Y como todos somos “clase media” aunque se cobre el salario mínimo, pues se tira la casa por la ventana por lo menos para sentirse bien con uno mismo. ¡A ver si se va a perder esa libertad en fechas tan señaladas!

En mi familia nos enseñaron a ser sobrios. Que no quiere decir que no se pudiera beber alcohol sino que había que practicar la sobriedad, un mandato supuestamente religioso para las familias cristianas. Significaba que había que ahorrar parte de los ingresos, que no había que procurarse caprichos ni lujos –aunque fueran del tres al cuarto-, que habiendo “tanta hambre en el mundo” no era de recibo poner en la mesa champagne de la France. En resumidas cuentas: que eran unos tacaños. El placer no era gastar dinero, sino guardarlo para sí.

Creo que de eso hay mucho todavía, sobre todo entre los hijos de aquellos tacañones del siglo XX. Gente que mira “la pela” como si fueran pepitas de oro y a quienes les parece una locura regalarse unos zapatos nuevos cuando los viejos todavía pueden tirar otro invierno. Son los adoradores de las marcas blancas porque son más baratas, no por otro motivo. Los que no van al cine, ni al restaurante, ni mucho menos al bar a tomar un vermú. Si acaso, a algún evento que la municipalidad haya organizado y que sea “de gratis”, por supuesto.

Entre tener dinero y gastarlo mal o no tenerlo y gastarlo peor hay una ancha carretera con muchas bifurcaciones. Sobre todo porque a nadie le gusta que le digan cómo tiene que gastarse su peculio, sea este magro o seboso.

Mi gasto imprescindible es el de compartir lo que tengo. Por aquello de la conciencia tranquila y tal, y porque compartir es vivir como me decían mis hijas cuando querían sacarme algo que se pagara con dinero. Compartiendo lo propio seguramente se recibirá a cambio lo que otros como uno mismo también quieran compartir. Vamos, que “dios los cría y ellos se juntan”.

Felices los felices y los que quieran serlo.

LaAlquimista

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