martes, 10 de enero de 2023

Cada pareja es un mundo

 

Cada pareja es un mundo

Servidora hace unos cuantos años que no tiene pareja oficial que llevarse a la boca. Quizás sea esto porque tengo un carácter poco domable o porque se me agotó el cupo asignado, pero el caso es que voy de single por los procelosos caminos de la vida. Quizás también porque mi mirada es ahora más objetiva puedo permitirme el lujo de observar, mirar, contemplar a las parejas que flotan en mi órbita relacional. Las escudriño en plan entomóloga, es decir, con la distancia suficiente y sin que se me mueva una pestaña hagan lo que hagan porque no me afecta.

Yo no sé si se siguen queriendo las que llevan decenios cohabitando o en contubernio, ni me importa, las cosas como son. Ahí les veo, con sus engranajes perfectamente encajados aunque a veces les falte grasa y chirríen. Es esa pareja que van juntos a todas partes fuera del estricto horario laboral. Juntos a hacer la compra del sábado, a la par en el paseo dominical; juntos a cocinar, comer, fregar, siestear, caminar, descansar, roncar. Juntos en cada minuto libre que ofrezca el calendario: en vacaciones y fiestas de guardar. Juntos y revueltos, obviamente.

Ahí les veo, a los que están empadronados en el mismo domicilio e incluso duermen en la misma cama, pero son como las líneas paralelas: que nunca se tocan. Cada uno hace su vida, tiene sus propias amistades, pergeña sus propios planes. A veces –las menos- coinciden en algunas vacaciones, pero lo habitual es que ella se vaya con las amigas por ahí, lo más lejos posible y él o se queda en casita tan ricamente feliz y contento o se coge el coche y se va a visitar a algún amigo de la juventud que se acaba de separar y se aburre lo que no está escrito. Juntos, pero no revueltos.

Ahí les veo, a los que siguen llevando las riendas de la familia, con hijos no independizados, trabajando y suministrando dinero al monto común para pagar estudios, comprar ropa (de marca siempre), propiciar viajes de vacaciones y, en definitiva, cumplir con el sacrosanto mandato social de hacer lo que hay que hacer por la familia. Ni juntos, ni revueltos estos: poco tiempo les queda para nada.

Ahí les veo –y desde muy lejos lejísimos- a los que forman la “pareja burbuja”, ésa que no se relaciona con casi nadie porque ni les importan los demás ni tienen nada que compartir. Se bastan a sí mismos para lo bueno y para lo malo. De esa gente no sabes nada porque nada cuentan, nunca invitan, no comparten. Parece que les suele ir bien así hasta que un día te enteras de que ya no están juntos. Y piensas: seguro que volverán a empezar repitiendo el esquema con una pareja nueva y despistada.

Ahí les veo también a los que viven para cuidar a sus mayores ancianos, aparcando los planes soñados para la edad madura a la espera de que vengan tiempos mejores. No sé si serán “tiempos mejores” los que les lleguen cuando se liberen de las obligaciones familiares. Seguramente pasarán de cuidar padres a cuidar nietos y después a criar malvas.

Las parejas que se forman a partir de los cincuenta o sesenta años son un territorio inexplorado por mí. Sólo sé lo que me cuentan (y seguro que callan la mitad y la otra mitad la adornan). Pero mucho me temo que sigue habiendo un patrón que no se va ni con agua caliente y no es otro que eso tan viejo y tan feo y tan triste que dice que: “lo que no es amor, es interés”.

Cada pareja es un mundo, vaya que sí.

Felices los felices.

LaAlquimista

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