martes, 10 de enero de 2023

El lío de las "familias desestructuradas"

 

El lío de las “familias desestructuradas”

* “Amor y dolor” Edvard Munch 1893

En estricto rigor de definición, una familia desestructurada es aquella en la que los padres no son capaces de proporcionar todo el bienestar y protección suficiente a los hijos. Es decir: que se puede dinamitar la unidad familiar y lo que esta significa de muchísimas maneras. Por carencias materiales, por carencias afectivas o por falta de inteligencia emocional. Pero de ahí a hacer de todo el monte orégano ha ido un paso (o dos), casi siempre de la mano de esos profesionales del ramo que venden humo y cuelgan diagnósticos genéricos por doquier y meten en el mismo saco a un padre o madre que da palizas a sus hijos como a esos hijos que, para protegerse, huyen del paraguas familiar.

Aclarada la procedencia y definición de esta disfunción, anomalía o trastorno ya deberíamos poder hablar con propiedad de lo que es y de lo que no es una familia desestructurada o disfuncional.

Lo que no se puede hacer es machacar a otros miembros del grupo familiar por esgrimir significativas diferencias de comportamiento y opinión entre quienes comparten techo y ADN. Quien así actúa hace que los demás se sientan como si estuvieran haciendo algo incorrecto o teniendo un comportamiento censurable. Craso error, enorme disparate. Porque ¿acaso no tenemos todos como individuos derecho a la sacrosanta libertad de pensamiento, decisión y actuación? ¿Por qué alguien tiene que arrogarse el derecho de “etiquetar” negativamente a sus colaterales si estos no siguen el camino diseñado por otros?

Quien huye, quien se protege, quien sale por piernas NO es el que desestructura la familia, ni mucho menos. Cuando una hija se agarra a un clavo ardiendo para salir de la cárcel familiar, cuando un hijo busca en el mapa el lugar más lejano posible de su tronco original…es por algo. Y casi siempre, los responsables son quienes marcan los límites, esgrimen las normas o dictan sentencias. Los padres, obviamente.

La familia de la que provengo se desestructuró dos generaciones antes de que yo naciera. Si alguno de mis abuelos (y eran cuatro) no supo proporcionar a mis padres el bienestar afectivo/amoroso suficiente, es de manual que luego ellos –mi padre y mi madre- tuvieran que lidiar con esas carencias cuando a su vez tuvieron sus propios hijos. En mi caso –que puede ser o no significativo- la falta de empatía y generosidad que se venía arrastrando por parte materna (ahí topamos con las Constelaciones Familiares) conformó el alud que arrasó la familia y la desestructuró como una avalancha de barro y piedras entierra un precioso pueblecito alpino.

Dentro de lo malo, no hablo de carencias materiales. Dicen que las penas con pan son menos y es una gran verdad que sólo se alcanza si la calefacción está encendida y hay un plato humeante en la mesa.

Las familias se desestructuran poco a poco, con la insidia de la gota malaya que no cesa en su empeño de horadar la roca del amor. La única medicina es, precisamente, ésa: el amor. Y a quien sepa de qué estoy hablando le acompaño en el camino de la tristeza, en la senda de la lucha hasta llegar a ese pequeño y gratificante lugar de paz y descanso donde habita el deseo de todo aquello que hemos necesitado y nunca nos dieron.

Lo único que persigo es que mis hijas, mi gran responsabilidad, guarden pocos reproches en su corazón el día que yo ya no esté. El resto, minucias.

Felices los felices.

LaAlquimista

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