jueves, 20 de abril de 2023

Mis bares "de toda la vida"

 

Mis bares “de toda la vida”

 

** Gambas en gabardina. Bar Paco Bueno.

Me encantan los “free tours”. Me refiero a los que yo hago para los amigos que recalan en mi pequeña Donostia en  petit comité. A veces es un tête à tête entre el visitante, la ciudad y yo misma. Nos tocó un día muy gris, con ese color del cielo tan especial que hace que el mar se tiña de nostalgias, ideal para ir desgranando recuerdos y pintando con una extraña poesía los contornos de la ciudad.

Llevé a mi amigo catalán a caminar por la zona romántica, le hice mirar los edificios hasta arriba, desempolvé mi pequeña historia de San Sebastián –sin mirar la Wikipedia como hacen otros-. Fuimos por aquí y por allá haciendo tiempo para la hora en que el paso cansado busca refugio en lugares calientes donde consolar los estómagos de otras penas (que siempre las hay y las habrá), descanso merecido después de rendir honores a arquitectura en la calle y arte en el edificio expositor de los cubos de Moneo. (Exposición de Soledad Sevilla, un regalo para los sentidos)

Le había prometido un “tour de pintxos” y el hombre estaba salivando ante la perspectiva gastronómica. Ya le avisé de que le llevaría a mis bares “de toda la vida” de Lo Viejo intentando evitar los que mueren de éxito gracias a las guías de viaje para japoneses y demás depredadores turísticos vecinos. (Ya de antemano indico que fracasé un poco en mis deseos, pero que él disfrutó como chaval con zapatos nuevos.) El primer bar en el que quise recalar, contándole la historia de su fundador, el boxeador que fue campeón de España en sus tiempos y que sus herederos mantienen “igual que toda la vida” en la calle Mayor, el “Paco Bueno” de mis entretelas. Chasco total pues estaba con la persiana a media asta y cerrado ese día.(Adiós gambas en gabardina que tan sólo vimos en la foto)

Pero como ya las ganas estaban espoleadas nos metimos en el otrora famoso “Casa Alcalde” que fue pionero de los bocadillos de buen jamón en los tiempos en que tal exquisitez era eso: una exquisitez. Casi me da un patatús cuando entramos y vi la parafernalia que tenían montada en la barra de pintxos. Los “calientes” ya cocinados y listos para pasar por el microondas. Los “fríos” con el aspecto inequívoco del “catering” industrial. Y NUMERADOS con un cartelito delante para que el consumidor no haga perder el tiempo al camarero preguntando. “A ver, dos del número 8, uno del número 11 y otro del 14.” Como si fueran platos combinados en el chiringuito de la playa. (No pongo foto por si me reclaman derechos de autor o algo así  (Dos pintxos de tortilla de bacalao recalentada al microondas y dos zuritos = 9€ Lo sé porque pagué yo la primera ronda) Pero mi compañero flipó en colores y sacó fotos a tutiplén. Le gustó lo que vio, se relamió y dijo: “más, más”.

 

Así que le llevé al “Sport” de toda la vida, con cocina al momento y de calidad. Allí degustamos el clásico “pintxo de foie”,  riquísimo, como siempre, pero al nuevo precio de 5,60€ unidad. El txakolí servido en copa, como a mí no me gusta, pero qué le vamos a hacer. (Le salió la ronda algo “subida de tono” pero pagó sonriente.)

 

En un intento de recobrar viejas rutas bareras me lo llevé al “Gorriti” (otro de toda la vida) donde coincidimos con unos octogenarios txiquiteros en pleno ejercicio de lo suyo. Ahí reconocí el ambiente de otrora y disfrutamos de unos minis de bonito con antxoa y piparra, del txakolí tirado en vaso grande (como a mí sí me gusta) y todo ello de pie, apretujados, con el suelo alfombrado con mil servilletas de papel usadas, pero contentos -yo, por lo menos-. (Dos minis, dos txakolís y un pintxo frío : 11,50€ Un respiro para mi bolsillo, qué duda cabe…)

Y como colofón fuimos al bar/restaurante que lucha denodadamente para no morir de éxito por culpa de su famosa tarta de queso: “La Viña”. Pillamos mesa, Mikel nos atendió con el cariño de los viejos clientes y la profesionalidad que también derrochan con los extranjeros que ni miran los pintxos pero se sacan fotos con el platillo de tarta en la mano. Las primeras antxoas rebozadas de la temporada, un poco de pulpo en vinagreta, pimientos del piquillo calentitos y un revuelto de hongos que se iba del mundo. Todo bien regado y…de postre…pues a ver si no, la tarta dichosa. (Aquí ya no digo el precio porque fui honrosamente invitada por mi amigo catalán rompedor de “leyendas urbanas”.)

De vez en cuando es bonito hacer de turista en la propia tierra y que los amigos se lleven un buen recuerdo. Su siguiente parada era Bilbao y ya le avisé: “¡Ni comparación, oyes!” Y que viva el buen humor y la amistad y la capacidad de aprovechar los buenos momentos para compensar con esos otros… que no han de faltar en esta vida, malgré tout.

Felices los felices.

LaAlquimista

*Este post cuenta una experiencia personal e intransferible de nostalgia y buen humor y en ningún caso pretende hacer publicidad (ni a favor ni en contra) de los negocios a los que se hace referencia. Así que si alguien se pica…

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