jueves, 20 de abril de 2023

No me gusta la gente cotilla

 

No me gusta la gente cotilla

Conozco el tema tan de cerca que puedo hablar de él casi como si fuera una experta en “maledicencia de salón”. No por nada sino por lo más común en estos casos que es que me tocó en la familia (esa que no se elige) a una persona que reafirmaba su bajísima autoestima criticando malsanamente todos los aspectos de la vida de los demás.

Tuve una maestra experimentada durante muchos años –ahora ya no nos deseamos ni feliz navidad- que me enseñó cómo dinamitar las vigas ajenas a base de incrustar en ellas termitas malintencionadas escupidas por su boca. Ya digo: sé mucho de cuál es la base del cotilleo y qué finalidad tiene.

El cotilleo malintencionado –todos los son- tiene su base en la envidia. Y proviene de personas que tienen su vida tan vacía que sienten la compulsión de llenarla con chismes y así “echar los balones fuera” de los auténticos problemas que les acucian y no quieren reconocer.

Qué fácil es reunirse alrededor de una mesa y hacer risas poniendo a parir al ausente a base de ridiculizar algo que forma parte de la vida de esa persona. Sobre todo si es un logro –por pequeño que sea- la gracia está en restarle importancia y burlarse de la ingenuidad del otro.

También es sencillísimo mirar a los ojos a una amiga y deslizar –como quien no quiere la cosa- la pequeña puya maledicente que “ha oído por ahí” sobre alguien que no es santo de la devoción del que escucha. Es decir: no te hablo mal de tus hijos (benditos ellos) sino de tu jefe con el que te llevas mal. No digo nada feo de tu marido (que es un santo) sino de la bruja de tu suegra a la que sé que no aguantas desde el día de la boda.

Cotillear es hacer escarnio del prójimo poniendo cara de no haber roto un plato jamás y, curiosamente, nadie somos ajenos a esa sensación de “falso poder” que se nos brinda en bandeja como poseedores de algún “secreto” o anécdota ajena y penosa que nos hará sentirnos por unos instantes superiores al escarnecido. La mala intención es la clave.

Sin embargo, me asombra que ahora saquen estudios de no sé qué universidades lejanísimas o de expertos psicólogos o sociólogos que proclaman que el “cotilleo” es algo beneficioso para la salud mental porque “libera” al ser humano de la terrible e insoportable levedad del ser. O que ayuda a mantener el orden social e incluso rebaja los niveles de estrés.

Pues qué bien, cuánto saben ellos y qué poco sé yo que he padecido toda mi puñetera vida los efectos perniciosos del cotilleo envidioso a la vez que me sentía enredada en la telaraña capciosa de personas que sonreían en la foto de grupo y se burlaban de todo y de todos por detrás.

Reconozco que hubo un tiempo en mi vida en que me dejé arrastrar por esa corriente de estúpida malevolencia. Porque sé de lo que hablo, hablo ahora así. Con la vergüenza de quien ha metido la pata y la esperanza de no volverla a meter. Espero.

Pero que no me busquen las cosquillas…

Felices los felices.

LaAlquimista

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