sábado, 27 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL Día 5


Hoy los pajarillos se han despertado un poco más tarde de lo habitual, será que ellos también necesitaban recuperar el silencio ambiental después de la nit (toledana) de Sant Joan, así que he bajado a la playa casi con prisas, como si se fueran a llevar el mar a otra parte o a barrer la arena lejos de mis pies. Al ser casi las nueve de la mañana el servicio de limpieza había avanzado mucho su trabajo y ha sido todo un placer pisar arena limpia de mascarillas mojadas y salva-slips fosilizados (para mí es una incógnita lo de los salva-slips en la orilla, ¿alguien tiene una respuesta?) El sol estaba demasiado alto para el gusto de mi frágil piel y he acortado el paseo y el baño relajante y he vuelto a casa con hambre ya que había ido a la playa tan solo con un vaso caliente de cocimiento de jengibre, té, limón y miel. (Tres minutos en coche, de orilla a puerta y viceversa) La entrada al garaje estaba bloqueada por un coche aparcado a sus anchas; he buscado un sitio un poco más lejos y ni me he molestado en llamar a los municipales: me sobra paciencia y me faltan ganas de bronca, supongo que algo voy ganando con la edad. La terraza tiene sombra hasta las tres de la tarde y la brisilla del mar juguetea con los árboles, a veces tengo la sensación de estar escribiendo o pintando en medio de un frondoso parque, qué suerte tengo. La comida ha sido ligerita y tempranera –me traje unos tomates de Getaria que son algo así como los vips de tan sabroso fruto, exceptuando los originales mexicanos que allí se llaman “jitomates”, del náhuatl xitomatl- y un pulpito bien cocido con su aceite y pimentón- ya que a la tarde me ha tocado ir a la “pelu” para hacer la alquimia mensual de transformar mis “hilos de plata” en “guedejas de oro”. (Gracias Anna Mercado Marti y a tus manos delicadas) Un paseo por el puerto deportivo al caer la tarde me ha bajado la moral sin remedio, no sólo por pisar el suelo donde ocurrieron los actos terroristas de hace tres años sino porque ahora mismo hay instalado un “miedo” que flota en el ambiente, los fortísimos coletazos del coronavirus que pinta de semi-desolación las terrazas, los bares y los espacios donde habitualmente los turistas pululan sorbiendo horchatas o lamiendo helados. Pero como yo vengo a este “mi otro mar” en pos de calma y sosiego, ahí dejo la pequeña reflexión y me he vuelto a hacer el vermú (de Reus, por supuesto) a la terraza de mi casa con un poco de picoteo en plan cena caprichosa. He sintonizado una emisora con música de los 80 y se me han ido los pies solos… Ya satisfecha, gracias sean dadas al Jordi, mi amable vecino que me comparte su clave wifi para ver mi serie favorita, qué buena suerte tengo. En Donosti lloviendo...qué bueno para las lechugas...¿Mañana? Ni idea, oiga…me encantan las sorpresas. Felices los felices. (Fotografía: atardecer desde la terraza)

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