domingo, 28 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- Día 7


Mucho calor para alguien como yo que tiene que huir del sol por fuerza mayor para no acabar siendo paciente habitual del Oncológico, así que he usado mi sacrosanta libertad para saltarme el paseo/baño marítimo matutino y he dejado que mi cuerpo hablara y ha hablado como obispo desde el púlpito y me ha dejado seguir durmiendo hasta las diez y media como marquesa en funciones. Está bien eso de saltarse la rutina a la torera de vez en cuando, da una sensación como de íntima anarquía y satisfacción venal a precio de saldo. Como no tengo que cocinar por voluntad propia y me apaño con ensaladas y frutas, algo de queso y unos bichitos naranjas que congelé nada más llegar, me sobra tiempo. Habría que medir y computar las horas que una mujer –no sé qué hacen los hombres- mete en toda su vida en la cocina preparando comidas propias y ajenas; creo que nos llevaríamos un susto de muerte, seguramente sean AÑOS DE VIDA INVERTIDOS. En fin. Ahí lo dejo. Han llegado los vecinos de abajo con su criatura de seis años, bendita ella y su jolgorio, risas, gritos y alaridos. Tengo tres soluciones: 1) ponerme en modo zen. 2) Poner Radio Melodía A TOPE 3) Colocarme tapones herméticos en las orejas. La número 1 no me satisface, haría falta ser un auténtico maestro como el del “pequeño saltamontes” para abstraerse de tal demás auditivo. La número 2 está bien para un rato largo, pero luego yo también me canso de los éxitos de los 90, así que a grandes males, grandes remedios y solución número 3 al canto; mano de santo, oiga, por 0,90€ en cualquier “chino” que se precie. El silencio, aunque venga del interior, es vulnerable a los decibelios humanos, doy fe. Sábado=gente, coches, ruido. Me enseñaron que si no puedes vencer a tu enemigo debes unirte a él, así que después de la siesta que también hacen los vecinos y hay que aprovechar las treguas en la batalla, me lanzo al pueblo a recorrer calles y tiendas para proveerme de un par de cosas que me faltan, que a veces nos creemos que una toalla de playa y unas filp-flop sirven para cinco años solares y no es verdad. Tampoco vale usar protector solar de la temporada pasada, grave error con posibles graves consecuencias. Hoy los bares y restaurantes comienzan a llenar sus mesas y la caja a base de servir pescaditos, pulpitos, chopitos y calamarcitos congelados (en su mayoría). La sangría, como siempre: de barril o similar. Me acerco a una franquicia con nombre vasco “Lekeitio” y me tomo un zurito y un pincho, tal cual. Más barato que en Donosti, alucino en colores. Cuando regreso a casa estoy fatigada de bregar conmigo misma y el calor del atardecer así que aprovecho que la piscina está desierta para hacerme cuarenta largos (es muy pequeña) y llegar a la hora de la cena con el ánimo pletórico de casi todo. Ensalada de tomate de caserío y tortilla de bacalao. He abierto una botella de sidra, ¿alguien da más? ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas. Felices los felices. (Fotografía: "Conejito viajero" en la playa")

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