domingo, 28 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL Día 6


Llevo desde el domingo en “mi otro mar” y ya es viernes; los días pasan demasiado rápido, como viento racheado que lo alborota todo. Siento que estoy haciendo “demasiadas” cosas así que decido bajar las revoluciones y ponerme en “velocidad de crucero”, justo lo justo para que no me llamen la atención por ir como una “lenteja” por la vida. Mientras paseaba por la playa –hoy he ido al filo de las ocho- me sentía la protagonista de una película, sin más actores ni extras- he tomado una decisión: hoy voy a hacer “nada”. Eso significa no salir de casa a hacer ningún recado, ni al bar de la vía del tren, que sigue siendo vía aunque ya no haya tren, a tomar una caña con olivas, ni a pasear al atardecer. Hoy me quedo “confinada” entre la terraza y el jardín… Después del amaiketako (el tentempié de las once) he inaugurado otro pequeño lienzo a la espera de que se secara el que comencé el martes y poder pintar con fundamento encima de la primera mancha de color. Una foto de la playa desierta me sirve para dos versiones diferentes y con mucha imaginación: donde hay arena pongo hierba, en el bidegorri (camino rojo = pista para bicicletas, cómo es el Euskera de descriptivo y elegante) me he inventado una plantación de hortensias de todos los colores y tamaños. Los cielos, con mis brochazos de azul Klein (o similar), cuadritos que me hacen feliz y que me corregirá on-line mi maestra Juncal Aguirre
vía whatsapp, soy feliz ejerciendo de “pintamonas” mientras escucho buena música. Para cuando me he dado cuenta ya era la hora del aperitivo: tengo la buenísima costumbre de guardar una copa de las grandes en el congelador (gracias Marian Fernández) de forma que el chardonnay frío se convierte en delicia de los dioses; he añadido un par de tostaditas untadas con txaka con mahonesa…¡mejor que en cualquier bar! No me pongo en plan “cocinillas” aquí, estoy de vacaciones, de cambio de rutina, de rompe-ritmos, de todo diferente. Así que me apaño unos langostinos a la plancha que huelen tan rico que me los como con los dedos y los chupo a placer. (Ahora que no mira nadie). Luego ha caído una siesta, como mandan los cánones del bien vivir, faltaría más. El jardín está fresco para leer mi libro, pero hay unos mosquitos que me muerden incluso a través de la ropa –rica que debe ser mi sangre- y molestan lo que no está escrito en la novela de Elena Garro “Los recuerdos del porvenir” (a Ruiz Zafón lo dejo para el turno de noche). Al final me he hartado de dar manotazos y me he tirado a la piscina –procurando no mojarme la melena que ayer fui a la peluquería y hay que amortizar el estipendio pagado. Es viernes y van llegando algunos vecinos que viven en las ciudades cercanas; saludos aquí y allá (todo el mundo con mascarilla menos yo que prefiero guardar las distancias) y me retiro a mis aposentos porque la socialización ahora mismo me apetece menos que nada. Tengo muchas fotos que editar y ordenar, algunos artículos que repasar y corregir y una lavadora por poner. Pero me acuerdo de mi decisión matutina y me tumbo a la bartola en el sofá, con el ventilador y la sala en penumbra y me pongo yo también la mente en penumbra: hacer nada y luego descansar. Para esta noche tengo prevista una video-llamada “jugosa”. Pero eso ya es otro cantar. ¿Mañana? Ni idea, oiga, me encantan las sorpresas. Felices los felices.

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