jueves, 13 de mayo de 2021

Como siempre: justos por pecadores

 


Una de las grandes contradicciones en las que me educaron –que fueron variadas y vergonzantes- fue la de que “no importa lo que hagan los demás” y que hay que fijarse únicamente en lo que uno hace. El ejemplo se repetía cada fin de semana cuando quería salir con mis amigas hasta tarde (en aquellos tiempos el concepto “tarde” variaba según la tolerancia paterna) y si esgrimía el consabido: “es que a mis amigas les dejan”, recibía como respuesta el sonsonete mencionado más arriba. Pronto observé que este principio educacional de comportamiento lo estiraban y encogían mis padres a su conveniencia y sin dar explicaciones. También había muchas cosas que NO hacían los demás y en mi casa…a calderadas.

Pero a lo que voy. Que crecí más o menos segura de mi comportamiento y mirando únicamente de soslayo al prójimo que hacía lo que le petaba. Yo, a lo mío y sin compararme. Pero enseguida me di cuenta de que eso no funcionaba porque somos parte de una sociedad que utiliza la imitación como factor de personalidad creyendo –falsamente- que usamos la libertad individual en demasiadas ocasiones en las que, lo único que hacemos, es copiar e imitar como los monos.

Uno aparca mal y el que viene detrás ocupa el sitio siguiente y para cuando nos damos cuenta tenemos una fila de vehículos apalancados un sábado por la noche en el carril bus. (Eran otros tiempos, bien es verdad).

Pero en estos tiempos, convulsos, inciertos, enredados a más no poder, en los que ya ni sabemos qué está bien o qué está mal porque lo hemos confundido con lo que “está permitido o no”, siento que hay que ponerse las pilas para separar el grano de la paja y sobre todo depurar ciertos comportamientos que, queriendo ser indiferentes al resto, están sirviendo como ejemplo para muchísima gente.

En estas charcas encenagadas es cuando pagan justos por pecadores, cuando quienes respetan las normas (aunque les fastidie un montón por sentirlas abusivas) tienen que codearse con quienes las desprecian olímpicamente y sin mover una ceja.

Lo veo cada fin de semana en mi barrio, lleno de terrazas, lleno de gente conocida, donde hay dos bandos o facciones clarísimamente definidos, como si unos vistieran de rojo y los otros de verde. Unos, los que se juntan en mesas de seis y siete –más dos de pie, caña en ristre-, fumando sin reparo ni recato, porque SABEN QUE EN ESE BAR nadie les llama la atención. Pululan de una terraza a la siguiente (permisiva) con su facundia de muchos decibelios y sin mirar a los demás, como si no existieran más que ellos, “sin importarles lo que haga el resto” –como decía mi padre.

Son parejas que cuidan nietos en el parque de vez en cuando, son esas cuadrillas entre los cincuenta y sesenta que dejan mucho dinerito en los bares cotidianamente, esas personas de las que, los que somos de “otro color”, procuramos alejarnos lo más posible por sentir un alipori (curiosa palabra) exagerado que se puede transmutar en rabia de saber que por culpa de la gente irrespetuosa con las normas acabamos, como siempre ha ocurrido, pagando justos por pecadores. Porque no usan mascarilla más que para sostener la papada. Con un par.

¿Quién no se ha tropezado con alguien así en estos últimos meses de libertades restringidas y lamento colectivo? ¡Anda que no se ríen ni nada de nosotros los que siguen yendo a su segunda residencia con un justificante tramposo y…con un par! ¡Anda que no se burlan ni nada de la ingenuidad del “borrego obediente” que cumple las normas –rabiando, eso sí-, cuando se saltan el confinamiento municipal (“porque a mí no me quita ni dios la libertad”) aunque arriesguen un multazo que no les cae porque no se puede poner a un policía detrás de cada ciudadano! Con otro par.

Pero si les escuchas –porque hablan a voz en grito- todo son quejas: que si las vacunas, que si la crisis, que si la incompetencia, que si la inutilidad…de los demás.

Al final están en la estadística, se reflejan numéricamente para aumentar porcentajes y fastidiar a quienes tienen dos dedos más de frente y tres gramos más de conciencia, pero que acaban –como siempre ha sido en esta vida- pagando justos por pecadores. ¡Diles algo, diles algo y verás la que te sueltan…!

Felices los felices (que cada vez cuesta más).

LaAlquimista

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