jueves, 13 de mayo de 2021

De tal palo...lo que salga

 


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Mi madre tenía estudios de Teología, cosa sorprendente no sólo por la época sino por la extravagancia de la elección siendo mujer. Hago este apunte no para fardar de nada sino para añadir que, gracias a su inveterada costumbre de pretender “iluminar” a los demás sobre las excelencias de un Dios con sede central en Roma y sucursales hasta en el villorrio más perdido, consiguió que servidora apostatara del “club” en el que me inscribieron por vía acuosa al nacer y que a mis dos hijas no las llevara de la mano jamás a una sola iglesia, como no fuera en pleno ejercicio de turismo cultural.

Me contaron de una persona cuya familia era tan atea que prohibía que ninguno de sus miembros se acercara a una iglesia, teniendo que sufrir en sus carnes que el hijo mayor  se convirtiera al judaísmo (había orígenes en la línea materna que lo permitieron). Una locura para aquellos padres extremistas a los que se les tambalearon todos los cimientos afectivos e ideológicos y que se vieron en la tesitura de admitir y respetar la “peculiaridad religiosa” de su vástago o despedirse de él para los restos.

Tuve una gran amiga durante muchos años, una mujer generosa, de mente abierta, de meditación diaria a la par que cristiana humanista que tuvo la mala suerte de que uno de sus hijos se le hiciera “Testigo de Jehová”. Sé lo que sufrió y los sapos que se tuvo que tragar por respeto y amor ya que le restringieron el trato familiar si no “pasaba por el aro”. Un ejemplo más de la tolerancia que exigen los intolerantes.

He leído hace poco una carta que dirigen a su hija Luis García Montero y Almudena Grandes; la hija se postula en la lista de Falange para las elecciones madrileñas a pesar de haber mamado junto con la leche materna las doctrinas comunistas.

También podría haberse dado el caso de que mis hijas (juntas o por separado) se hubieran metido a monjas o haberse bautizado siendo mayores de edad o, yo qué sé, ya puestos a desbarrar, alzar en alto el puño equivocado según mi entender de estas cosas.

¿Qué hubiera hecho yo ante una tesitura que hiciera tambalear mis más férreos principios? Pues, seguramente, aguantarme por amor y jurar en arameo en algún rincón o en el hombro de alguna persona que me quisiera lo suficiente como para aguantarme la llantina.

Los que dieron educación permisiva, no conductista a sus hijos, nunca les dieron una torta ni les provocaron trauma alguno dejándoles decidir sobre su vida sin imposiciones dictatoriales –como nos tocó a nosotros apechugar-, no siempre han tenido la suerte de que la semilla cayera  en tierra fértil.

De tal palo no siempre viene tal astilla, ni de casta les viene a todos los galgos, qué se le va a hacer. Es lo que tiene la libertad, que es un viento que a veces sopla a nuestro favor y otros en nuestra contra.

Felices los felices. Malgré tout.

LaAlquimista

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