lunes, 18 de enero de 2021

Vivir día a día, sin más.

 

Vivir día a día, sin más.

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** “Impression. Soleil levant” Claude Monet. 1872

Este año que acabamos de estrenar trae bajo el brazo la gran moraleja que nos ha dejado el que acaba de finalizar. 2020 nos ha enseñado a todos de sobra que no hay cosa más fútil que hacer planes, tener expectativas y creer que llevamos las riendas de nuestras vidas. Así que he interiorizado más que bien en lo profundo de mi pensamiento que los paradigmas deben ser cambiados –por lo menos los que yo seguía- y que quizás me sea mucho más beneficioso “vivir día a día, sin más”.

Llevo muchos meses rompiéndome la cabeza –y sintiendo adolorido el corazón- por intentar hallar la “carretera secundaria” que se aleje lo máximo posible de la “autovía estatal”; es decir: necesito ser consciente del propio camino dictado por mi único discernimiento y que esté lo más protegido posible de humaredas de esperanza y falacias oficiales.

El comienzo de un nuevo año puede ser un buen punto de inflexión para esta tarea. Un mirar atrás –y echarse las manos a la cabeza-, para situarse en el momento presente, las primeras luces del día 1 de Enero. Aquí comienza todo. Ahora. ¿Por qué no ir paso a paso?

La vida ya ha demostrado que hacer planes es algo tan inocente como el sueño de criaturas que aún no saben que el día 6 de Enero no es el exponente de la magia sino la punta del iceberg del consumismo. Trazar una línea de actuación, establecer fechas y plazos para la vida, programar y querer controlar lo que será el futuro… lo voy a dejar para aquellos a los que les pagan por hacerlo o para quienes insisten en mantener su particular “cabeza cuadrada”.

En estos momentos –y bien demostrado ha quedado por culpa de la pandemia que ha convertido el mundo en un desbarajuste global- dudo que sea lo más inteligente planificar en lo personal más allá del horizonte que marca el principio y el final de cada día.

La gran filósofa Hannah Arendt, cuyo pensamiento ha mostrado con rotundidad la grieta por la que se cuela la luz, señala –en estos momentos de tribulación- un camino a seguir que incorporo a mi gps emocional: “Hay un precepto bajo el cual he vivido: prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga”.

Quiero que este sea el leitmotiv de mi relato para este nuevo año. Seguimos siendo libres para elegir la actitud que nos defina, nadie nos ha quitado –y que no se les ocurra intentarlo- la libertad de pensamiento ni la capacidad para discernir qué es lo que conviene en lo personal e intransferible de las decisiones individuales. Teorías conspiracionistas, discursos paranoicos y estupidizantes, filípicas admonitorias de presuntos salvadores de la humanidad; cualquier idea que no haga un perfecto maridaje con las mías propias…tiene menos posibilidades de afectar a mi pensamiento que los testigos de Jehová que a veces llaman a la puerta.

Este año toca pues, vivirlo despacio y con buena letra. Disfrutando de lo que cada nueva mañana ponga a mi alcance, aceptando los vaivenes del azar, los vientos que soplen –aunque sean furiosos, aunque vengan desde los fuelles de los gobernantes- y abrazando la buena energía. Y si no es buena, le aplicamos la “alquimia” de siempre y la intentamos transmutar.

Esperar lo mejor es muy humano; es una postura positiva y cómoda a la vez que no requiere más esfuerzo que aposentarse en una esperanza  primitiva, como la de los niños chicos que “esperan” que luzca el sol el día que comienzan sus vacaciones en la playa. Pero es también una actitud que mueve los mecanismos del alma humana, que nos hace sonreir aunque no todo lo que nos rodee merezca una sonrisa. Yo apuesto por ello.

En cuanto a prepararse para lo peor…no creo que haga falta en estos tiempos turbulentos convencer a nadie de que, siguiendo con la Ley de Murphy, -que es tan universal y empírica como las de Newton-, “si algo malo puede pasar…pasará-“. (Lo de la mantequilla y la tostada es tontería: pura Ley de la Gravedad). Ser prudentes, sensatos, solidarios e inteligentes. Casi nada.

En cualquier caso, creo que me conviene dejar en stand by los proyectos de todo tipo: afectivos, filantrópicos, lúdicos y viajeros. Sobre todo estos últimos, porque cuando escucho a la gente “planear” que: “este verano nos desquitamos y nos vamos al Caribe” me pregunto dónde habrán comprado esa magnífica bola de cristal.

Nunca antes como ahora se nos ha brindado la oportunidad de vivir intensamente cada día como si fuera el último para nosotros o no hubiera un mañana para la humanidad. Lo pienso y me pongo contenta de pensar así. Porque cada uno cree saber lo que le conviene…aunque luego las cosas no salgan como se habían planeado.

Felices los felices.

LaAlquimista

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