lunes, 18 de enero de 2021

"Coronavidad"

 

Coronavidad”

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Soy resistente por naturaleza, racionalista de formación y optimista por vocación. Buena persona a ratos y un bicho cuando se me cruzan los cables. Hay días en que me levanto con buen pie y otros, como estos navideños, en que se me activa la lupa mental de escudriñarlo todo.

El planeta está dando boqueadas y sus habitantes sucumbiendo a los embates de un virus. Ahora mismo la realidad supera cualquier ficción y esto quiere decir que las cosas en el día a día son muchísimo peores de lo que alguna vez habíamos podido imaginar. Además de contundentes, tremebundas y mortales.

Sin embargo, al llegar el tiempo navideño, el ser humano necesita inventarse un paréntesis para poder seguir aguantando la hartura que ya todo lo está invadiendo. El ser humano, esa persona que es tu vecina, tu compañero de pupitre, el colega en el trabajo; los que llevan tu misma sangre y los que acatan el mismo credo. Y también otros miles de millones a los que no conocemos da nada. Todos estamos igualados este año por la vulnerabilidad ante el coronavirus; no somos hermanos en Cristo o en el amor universal, sino que lo que nos une hoy es el miedo a “la peste del siglo XXI”.

En esa tregua unilateral que los humanos nos hemos sacado de la manga, vamos a darle un puñetazo en mitad de los ojos al sentido común, un hachazo a la parte del cerebro que se usa para pensar y lo remataremos con un muy poco digno corte de mangas hacia quienes van a tener que cuidarnos cuando se manifiesten las consecuencias de haber sido tan temerarios e inconscientes.

Todos tenemos mucho que perder al irnos de fiesta en medio de una guerra. También durante las dos guerras mundiales el calendario señaló las fechas navideñas y no hay testimonios de que la gente se siguiera reuniendo con alegría desaforada mientras caían bombas desde el cielo. Más bien estaban en el fondo de la cueva cruzando los dedos para que no les cayera el cielo sobre la cabeza. Esta vez las bombas son invisibles y los obuses silenciosos. Por eso estamos tan confiados.

Ya dije al principio que soy resistente y así vivo, con la conciencia total y absoluta de que no debo relajarme. Y que soy racionalista por lo que tengo ganada la batalla contra los mensajes estupidizantes de los conspiranoicos. Me queda el optimismo que no quiero que me flaquee. Ahí está mi talón de Aquiles, el punto débil por donde se me escapa la sonrisa.

Yo no cuento muertos ni contagiados –que ya se ocupan otros de hacerlo por mí-, pero lo que siento profundamente  es que en esta “coronavidad” estamos comportándonos de forma poco positiva para salvar el mínimo optimismo necesario que nos impida caer en el foso, en cualquier foso.

El mío, mi optimismo, está haciendo aguas a pasos agigantados desde hace unos días viendo cómo se va bajando la guardia que debería estar más atenta, presta y fuerte que nunca. Parece que nos quedamos solos los “viejos guerreros” con el discurso de la precaución solidaria y el sacrificio que conlleva.

Démosles a los niños lo que se pueda en esta Navidad; por amor y sentido común. Dejemos a los mayores que decidan ellos si quieren estar solos o acompañados. Y a los de en medio… deseémosles con mucha fuerza que no les falte la luz para alumbrar el camino que lleva al final de la pandemia.

Este año me salto la Navidad con pértiga. Y con dos dedos de frente… y dos ovarios.

Felices los felices.

LaAlquimista

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