lunes, 18 de enero de 2021

No me dais ninguna pena

 

No me dais ninguna pena

6

Estas recién terminadas Navidades nos ha tocado jugar una partida de póker en la que la apuesta mínima era demasiado alta: la salud. Una “timba” nefasta de la que nadie ha podido escaquearse; todos y cada uno de nosotros nos hemos visto forzados a jugar alguna mano, apostar o simplemente “no ir” y protegerse. Los términos del juego vienen al pelo para describir la situación general provocada por la Covid-19, porque ponen negro sobre blanco las posibles actitudes.

Desde los que han ido “de farol”, jugándosela con una porquería de cartas pero confiando en poder engañar a los demás, hasta los que han apostado hasta el forro de la gabardina por su afán de ganar, por su inconsciencia del riesgo asumido.

A mí no me dais ninguna pena los que habéis seguido con vuestras costumbres vacacionales de la época y os habéis contagiado. Los que habéis ido a esquiar o a tomar el sol a una playa haciendo un olímpico corte de mangas a los más responsables que vosotros que se han sacrificado por no complicar más las circunstancias.

Ninguna pena me dan tampoco quienes andan por ahí todo el día con la mascarilla de coartada con la napia al aire y en un acto de desafío absurdo y de desprecio manifiesto hacia los demás enarbolando un insolidario discurso y que, oh mala suerte, un buen día empiezan con síntomas de deficiencia respiratoria, fiebre alta y malestar general. Se lo han buscado, que no se quejen.

Tampoco siento tristeza alguna por quienes han hecho de su capa un sayo durante las fiestas reuniéndose en cuchipandas familiares de hasta tercer grado de parentesco pensando, muy inteligentemente, que “en su casa pueden hacer lo que les dé la gana porque este es un país libre” y se han traspasado el virus en cadena poniendo “cara de póker” cuando son preguntados dónde han podido contagiarse. “Yo no he sido” que diría el descerebrado de Bart Simpson.

Y menos pena me dan todavía los “illuminati” -que cuentan la película de que todo esto es una “plandemia” para controlarnos más de lo que ya nos controlan los gobiernos en general y el de nuestro país en particular-, cuando ingresan en un hospital y los amarran a un respirador artificial para que no se ahoguen en la primera media hora.

Por quienes SÍ siento tristeza y pena y empatía es por todos aquellos seres humanos que dedican su tiempo y su vida a “salvar” -como pequeños héroes silenciosos- a todos estos egoístas insolidarios que están haciendo trampa a los demás, con su peculiar “as en la manga”. Y, por supuesto, siento la pena que se transforma en rabia de ver cómo la mayoría de mis conciudadanos que trabajan para que los servicios no se caigan, para que tengamos comida a mano y no nos falte de nada, se la juegan cada día en transportes públicos abarrotados o en puestos de trabajo donde es dificilísimo tomar las precauciones debidas para evitar el contagio.

Ya me he enfadado con algunas personas – además de las que se hayan enfadado conmigo y no me he enterado – y bien poco que me importa-. No se trata de desearle mal a nadie, pero de ahí a sentir pena por quienes han hecho todo lo posible por contagiarse y contagiar a los demás…va un abismo al que no me pienso asomar.

Igual se descubre dentro de unos años que todo esto de la Covid-19 era una farsa, que las fotos de la gente en la UCI eran un montaje, que al hermano, a la esposa, al padre o al hijo fallecido lo mataron en cualquier hospital; igual se demuestra que nos han engañado a todos para hacer una “selección natural”, para reducir las pensiones matando a los ancianos, para que Bezos y Gates y los milmillonarios del bitcoin se hagan con el poder mundial. Me importa un bledo mientras no haya otro Harry Truman apretando el botón. (Y cruzo los dedos, que el loco del pelo amarillo sigue todavía en el poder).

Somos hormiguitas viviendo en el mismo hormiguero común; seres sociales con el destino inapelable de la solidaridad so pena de extinguirnos, de autofagocitarnos, de destruirnos por la ausencia de trabajo en equipo. Nunca se habrá visto en antropología que un colectivo de humanoides o animales sobreviva a continuas luchas internas: la extinción está cantada.

Por eso, cuando nos cuentan día tras día las peripecias de gente contagiada que han andado de aquí allá, de arriba abajo, divirtiéndose,  o sin cumplir las normas de profilaxis, sin sacrificar ni tan siquiera un vino con los amigos o sin respetar a otros más prudentes que ellos y se han contagiado… no me dan ninguna pena.

Felices los felices.

LaAlquimista

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario