lunes, 18 de enero de 2021

No te pongas a dieta

 

No te pongas a dieta

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Siempre me ha chirriado de mala manera la horrenda dinámica de ponerse “como el Quico” durante las navidades para después, arrepentidos, contritos y avergonzados, subirse al púlpito e informar a quien quiera escuchar –que serán muy pocos- que: “en cuanto pasen las fiestas me voy a poner a dieta”.

Está más que claro que esto es un coletazo de la educación judeo-cristiana que permite pecar con tal de que luego hagas un acto de contrición, te arrodilles y supliques el perdón divino. La diferencia estriba en que ese perdón alivia y “adelgaza” el saco emocional de la culpa, mientras que para rebajar los michelines hace falta algo más que la magia/potagia de una religión.

Mira, de verdad, deja de arrepentirte de lo que has disfrutado dándole a la gula –la pecaminosa, porque lo que es la otra no vale ni para dar de comer a los peces-, basta ya de golpes en el pecho a lo Tarzán jurando que sí, que sí, que la semana que viene mismo comienzas la dieta… ¡Y eso que todos sabemos que los gimnasios están cerrados por la pandemia!

Déjalo correr, por favor, sé coherente y no te pongas a dieta, que eso es dejar de ser uno mismo y frustra muchísimo en tiempos de quebranto como estos que estamos viviendo. ¿Que te has pasado –como todos los años- durante las extrañas cuchipandas navideñas? ¡Pues a lo hecho, pecho! Faltaba más. Un poquito de coherencia, por favor, que para qué te vas a masoquizar durante unas semanas si luego lo mismo llega otro confinamiento y, hala, otra vez a hacer pan casero, bizcochos y guarradas diversas a base de harinas y levaduras…

En serio. Una cosa es que la salud demande una rebaja en el peso –específico, atómico o el que sea- de la persona porque los circuitos están colapsados o hay exceso de materias perniciosas dando vueltas por órganos vitales y otra muy distinta que nos impongamos a nosotros mismos –sin receta ni prescripción facultativa- la tarea desagradable de dejar de comer lo que nos gusta y como nos gusta para cumplir los estándares estéticos que imperan –como emperadores absolutistas- en nuestra sociedad. Mirad “La primavera” del magnífico Sandro Botticelli, con sus doncellas orondas, de suaves barriguitas y glúteos carnosos. ¡Bendito quattrocento!

A mí me sobran unos ocho kilos a ojo de buen cubero. Procuro no pesarme más que cuando no consigo meterme en los pantalones del año pasado y al comprobar que tengo más peso que edad –medido en numerales- me dan los cinco minutos de mesarme los cabellos y lanzar gritos contra la maldita báscula digital. Al final, concluyo que se ha desajustado y que los pantalones viejos han encogido de tanto lavarlos. Es el mecanismo de defensa que usamos los animales más o menos racionales cuando la realidad no se ajusta a nuestros deseos: echarle la culpa a los demás.

Retomando la seriedad de nuevo. Como este tema del “peso ideal” no es más que una percepción subjetiva de la mirada del observador, bien se puede llegar a una solución consensuada con uno mismo. En mi caso consiste en alejarme de quienes buscan un modelo femenino como si fuera el prototipo aerodinámico de un coche de última generación y dejarme querer por quienes no hacen caso de esas tonterías; que los hay, vaya que si los hay…que mis hijas y mis amigos me van a seguir queriendo igual pese lo que pese… y pese a quien pese.

En realidad, este tema es el paradigma de la pura coherencia; elegimos, tenemos libertad de elegir qué y cuánto y cómo comer. Porque alimentarse es otra cosa diferente, casi siempre mucho menos divertida y sabrosa. A mí también me pide el cuerpo muchas veces verduritas, ensaladas y muchísima fruta… para compensar con cuando me grita que quiere queso, aceitunas y alubias con morcilla, y como cada vez me llevo mejor conmigo misma pues ¿para qué voy a meterme en conflictos que luego no sé si voy a ser capaz de resolver?

Un último párrafo para dejar bien clara una cosa: no hay mayor inquisidor que nosotros mismos cuando “decidimos” que queremos tener una buena forma estética “para vernos bien”. Mentira cochina. Salud aparte, eso siempre es “para que nos vean bien los demás”.

Lo dicho: ni caso. Y a quien no le guste, pues aire, que hay muchos peces en el mar.

Felices los felices.

LaAlquimista

** “La primavera” Sandro Botticelli (1477-82) Galeria degli Uffizi. Firenze. Italia.

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