lunes, 19 de julio de 2021

Hacer frente a la enfermedad

 

Hacer frente a la enfermedad

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Ayer por la tarde tuve que llamar al 112. Asumir ese comprometido protagonismo por persona enferma interpuesta no es plato del agrado de nadie, pero –como casi todo en esta vida- alguien lo tenía que hacer. Sucedió en el jardín de la casa de “mi otro mar” donde, como casi todos los días después de la siesta, me instalo con el libro de turno a intentar volar lejos del suelo que el resto del tiempo me toca pisar.

Se oyeron unos gritos tremendos (de mujer), un móvil salió volando por una ventana y se estrelló junto a la piedra de la piscina; se escucharon unos ruidos como de golpear algo muy duro contra la pared a la vez que los alaridos aumentaban de decibelios. Los pocos vecinos que somos y estábamos salieron a sus puertas a mirar, curiosear, cotillear y poner cara de susto. Que si es en casa de “A”, que si estará sola o con alguien que la quiere matar, que si qué horror, habrá que llamar a los Mossos… Una vecina bienintencionada llamó a su puerta y no pudo calmarla a pesar de intentarlo.

Todos la conocemos porque es sociable y cariñosa, pero “A” tiene un pasado traumático que la ha llevado a desarrollar una enfermedad mental y con ella a cuestas tiene que surcar el temporal embravecido de una vida poco amable a sus veintipocos años. O quizás ya tuviera de antes la insania y por eso su vida ha sido poco amable, quién sabe nada.

Llamé al 112 pidiendo ayuda, pensando en la posibilidad de un episodio autodestructivo. (Tirar el móvil por la ventana y quedarse sin él es hoy en día una auténtica declaración de intenciones). Eran las cinco de la tarde y la policía municipal se presentó veintidós minutos después. Todo un record según parece en los tiempos que corren. A pesar de que pedí que me pusieron con “los sanitarios” –por entender que era un problema de salud y no de orden público, las tres personas con las que hablé en el número de emergencias me avisaron de que la conversación sería grabada, me preguntaron mis datos personales, la relación con la interfecta y todo lo que estaría establecido en el protocolo pertinente. A ella, a “A”, la tenían en la base de datos puesto que no es la primera vez que provoca un escándalo con riesgo de su propia integridad. Molesta a los vecinos, grita por la calle, se golpea la cabeza contra cualquier cosa que encuentre a su alcance, reclama a su “familia” que ya no existe ni volverá a existir. Tiene una enfermedad que nadie ampara porque ella está sola. Vive del subsidio social en un piso con alquiler social, es decir, “papá-estado” la mantiene, pero no la ayuda a curarse.

En cuanto vio a los policías salió escopeteada por la puerta de atrás del jardín y se perdió por el camino que va a la playa. Regresó a las tres de la mañana  dando portazos. Lo sé porque Gaia se despertó y ladró convenientemente. En fin.

Quizás una enfermedad –del tipo que sea- pueda contenerse e incluso curarse si el entorno emocional/afectivo es el adecuado; quizás da lo mismo y también haya gente que no se quiera curar de lo suyo a pesar de tener alrededor personas que le quieren y le cuidan. Quién sabe nada; unos, tanto y otros tan poco.

Felices los felices, reflexionando a la fuerza.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

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