lunes, 19 de julio de 2021

¿Quién pierde en un divorcio?

 

¿Quién pierde en un divorcio?

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He visto una película noruega que me ha dejado las tripas del revés. La pillé buscando una comedia para pasar el rato en una tarde de mal humor y peor tiempo. El título “Staying alive”, –como la canción de los Bee Gees- aventuraba algo ligero y amable y como el nórdico es cine que me gusta bastante me metí en la historia de cabeza.

Y va la cosa de un hombre que lleva casado quince años con la protagonista con la que tiene la parejita y que se encapricha de una compañera de trabajo mucho más joven y tienen una aventura. La esposa le pilla por los whatsapps pero como son muy civilizados le perdona ya que ella apuesta por la familia, la estabilidad y todo eso.

Pero resulta que él se ha enamorado y prefiere la nueva opción romántica pero sin hacer ninguna renuncia: quiere a los hijos en custodia compartida y quiere el apartamento. El espectador contempla anonadado cómo una mujer en la cuarentena se queda con la autoestima machacada, le reducen a la mitad el tiempo que va a pasar con sus hijos y como no puede pagar su parte de la hipoteca común, tiene que acceder a venderle al marido la parte del piso para que él se instale allí con su nueva mujer y los hijos. El juez está obviamente de acuerdo por el bien de los niños.

Y ahí la tienes a la protagonista alucinada de la que le ha caído encima, comiéndose con patatas la deslealtad y las mentiras del padre de sus hijos sin ningún apoyo legal. Te pones en su pellejo y piensas que eso es injusto, incluso bastante inmoral y te das cuenta de que el guion te está obligando a posicionarte a favor de ella y a colocarle la etiqueta de “malo de la película” a él.

Entonces me di cuenta de que era el “otro lado de la tortilla”, la otra mirada a una separación normal y corriente, con hijos e hipoteca de por medio, de las que todos los días se dirimen en los juzgados de familia de este país pero con un matiz que no hay que pasar por alto: aquí es la mujer y no el hombre la que tiene que pagar los platos rotos.

Es ella la que tiene que irse de su propia casa, abandonar la cotidianeidad y el roce amoroso con sus hijos, los cuidados emocionales y los cuentos de antes de dormir y depositarlos en manos de “una nueva madre” que ni los parió ni los tuvo que criar pero que llega justo en el momento en el que ya se ha producido la cosecha ahorrándose el trabajo previo. Es ella, la mujer rechazada, la que se tiene que ir a vivir al sótano de la casa de sus padres –donde los hijos no quieren vivir la semana de “custodia compartida” por carecer de las comodidades de la “otra casa”, mientras contempla cómo los últimos quince años de su vida se van al garete.

Aquí –en este país- la situación suele tomar la dirección contraria, siendo lo más habitual que sea él –el marido y padre- el que se queda con una mano delante y otra detrás, deba abandonar el piso en el que ha estado hipotecado varios lustros, pagar pensión de alimentos y ver a los niños en fines de semana alternos. La vida al garete también, sin duda alguna.

Igual es por eso que los matrimonios con hijos pequeños se lo piensan mucho más antes de divorciarse puesto que “Papá-Estado” va a priorizar el bienestar de los niños y no se va a andar con tonterías en los juzgados: los niños al 50% y en su “hogar”, nada de andar de aquí para allá. Lógicamente, el progenitor más débil económicamente saldrá perdiendo…sea el hombre o la mujer.

Esto es igualdad y lo demás son luces de colores. No paro de darle vueltas… y que viva Escandinavia.

Felices los felices, malgré tout.

LaAlquimista

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