lunes, 19 de julio de 2021

Viaje al silencio

 

Viaje al silencio

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No todo el mundo ama el silencio. La vida cotidiana, al estar tan invadida por todo tipo de ruidos, hace que hayamos integrado como parte de nuestro ser todo tipo de sonidos, desde los más suaves a los más insoportables. Si de repente se hace el silencio nos ponemos alerta, sentimos que algo malo está a punto de ocurrir, la adrenalina se apresta a engañarnos.

Crecí en un entorno ruidoso en exceso; seis mujeres y un hombre bajo el mismo techo compusieron una banda sonora original que producía aturdimiento y desasosiego. Quizás como huida –o como justicia poética- me sobrevino en la infancia una deficiencia auditiva que me supuso tanto un alivio como un inconveniente social. Yo soy de esas personas que “oyen lo que les conviene”.

Y ahora mismo lo que me conviene es buscar el silencio de aquella manera en que todavía se puede hallar sin necesidad de irse a vivir a una borda en la punta del monte. De hecho, la hierba crece en silencio, las mareas son silenciosas, los pájaros vuelan haciendo el menor ruido posible.

El jardín desborda quietud entre hortensias y olivos y abejorros que extienden la vida y hormigas que se afanan en lo suyo. Todo en silencio. Tan sólo es el ser humano el que provoca su ruptura, despreciándolo abiertamente.

Tengo un libro entre mis manos que habla del silencio y se produce la pequeña magia de la abstracción, me sumerjo entre sus palabras quedas y susurrantes, como si la autora pidiera perdón por las emociones que provocan sus reflexiones. Cuenta una vida –la suya- que necesitó buscar y encontrar el silencio auténtico, ése que está ausente de contaminación humana y que consigue que el alma se serene, el espíritu se aplaque, la mente abrace –por fin- el estado óptimo para sentir que algo muy cercano a la felicidad está ocurriendo.

Silencio significa ausencia de socialización, dejar de lado por unos días (o unos años) la comunicación con las demás personas. No hablar con nadie porque las palabras pueden esperar, hacerse a un lado para que fluya la paz en ausencia de ruidos.

Curiosa y felizmente, cuando llega el silencio es cuando podemos escuchar con la mayor de las perfecciones. Veo las copas de los árboles moverse como en un baile pausado… y, al no haber humanos cerca desaparecen las voces, los motores de los coches, las músicas y hasta los ladridos de los perros. Los árboles se mueven, sí… ¡y yo los escucho en este hermoso silencio!

Pasear por la orilla del mar cuando el sol comienza a despuntar es un placer del que no deberíamos privarnos si se nos brinda la oportunidad. Son las gaviotas y la espuma de las olas las dueñas de esa playa jugando a inventar el día. Son las nubes que se pintan con el rosicler de la mañana las hadas silenciosas que obrarán de nuevo el pequeño milagro. Se escucha la vida del planeta.

Me he puesto en “modo zen” que es lo contrario de “modo avión”, porque ESTOY y SOY, porque escucho despierta las voces que el silencio despierta en mí. Es tan simple, fácil y sencillo que cuesta muchísimo conseguirlo. Paradojas de la vida y sus ruidos.

Gracias a Sara Maitland y su maravilloso libro “Viaje al silencio” al que he llegado con cautela y paso quedo y en el que me he sumergido hasta el fondo…y en silencio.

Felices los felices. Shhhhh….

LaAlquimista

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