lunes, 19 de julio de 2021

Verdades a la cara

 

Verdades a la cara

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Hay personas que usan filtro y otras que no lo usan. Filtro para retocar las fotos del smartphone, filtro para quitarle el mal sabor al agua, filtro para que el café pierda parte de su amargor. Pero en la boca, esa caverna mal iluminada por la que nos entra el alimento y salen las verdades del barquero, ahí, no tienen ni quieren tener filtro alguno. Y te avisan, ojo, como al que le huele el aliento y lo dice para que no pongas cara de asco ni te sorprendas por la andanada olorosa.

“Yo es que no tengo filtro alguno porque me parece una hipocresía, que lo sepas” –te dicen, y tú te quedas pensando con qué derecho o acaso con qué intención lo dicen y ahí ya tenemos barra libre para soltar las verdades de “su” barquero: opiniones, pensamientos, juicios, valoraciones y, en definitiva, todo lo que esa persona considere que tiene derecho a soltar. Y si te molesta, pues ya sabes, avisado estabas.

He perdido con los años ligereza en las piernas y en la facilidad de reacción: se veía venir, los años pesan y los pesos abruman. O molestan, que viene a ser algo parecido. Así que hago como el maestro de aquel “pequeño saltamontes”: inspiro, espiro, inspiro, espiro. Y con el aire que exhalo se me van algunas malas costumbres que llevaba pegadas a la piel interior.

Discutir por no callar me estraga; prefiero levantarme de la mesa y retirarme a mis aposentos, actitud que, como no puede ser de otra manera, es interpretada por quienes quieren “pelea, pelea”, como un desprecio personal e intransferible. Pero es que la energía no es ni puede ser la misma a una edad que a otra, que todo se va concentrando para no consumirse, como el organismo que retiene las gotas de agua que evitarán la más que cierta sequedad total y absoluta.

Hay que saber contener (se), parar el golpe o desviarlo, girar el rostro en un escorzo elegante, dejar que silben las balas alrededor como si la cosa no fuera con nosotros. Que no va en absoluto. Esas andanadas verborreicas tienen que ver con la necesidad de sacarse espinas de quien las lanza; quizás sean pequeños y viejos traumas los que mueven a esas personas a quitarse el filtro –como el que le quita la anilla a una granada de mano- y dejar que el chorro salga incontenido. Quién no conoce a alguien, quién no lo ha hecho alguna vez. Quién sabe nada.

Por eso no me gustan las “verdades a la cara” si no llevan de la mano el derecho de réplica. O la autocrítica. O, por lo menos, el beneficio de la duda o –ya puestos a pedir- un mínimo de respeto hacia el otro que estaba ahí, tan tranquilo, masticando las aceitunas del vermú y, de repente, se encuentra de frente con una Gorgona (con forma de mujer o de hombre) que viene con ganas de dilapidar los ardores de su lanzallamas emocional sobre quien está enfrente.

Las “verdades” –sobre todo las ajenas- prefiero cogerlas con pinzas o –esto es más efectivo aunque menos fácil- dejarlas pasar sin hacerles ni caso, no vaya a ser que nos encontremos a nuestra edad con un trauma infantil que ni nos habíamos olido hasta ahora…

Felices los felices, malgré tout.

LaAlquimista

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