lunes, 3 de agosto de 2020

¿Con qué derecho...?



De la observación detenida del comportamiento de los humanos que me rodean, obligada a ello para despejar a manotazos las brumas que se han instalado en estas últimas semanas en mi cerebro gracias al batiburrillo contradictorio y surrealista de información que nos acosa, he dado en hacerme las siguientes preguntas, retóricas todas ellas, esto es que no está a mano la respuesta ni se la espera.
Primera pregunta.- ¿Con qué derecho un ciudadano del montón –pues sigue habiendo ciudadanos premier, gold y platinum, eso sin contar los “intocables”- se atreve a erigirse en guardia custodio del suelo que pisa, de la calle que transita, de la tienda a la que va a comprar, del bar donde se toma un café, del banco del parque donde se sienta, del ascensor que utiliza, del aire que respira? He visto cómo (muchos, demasiados) miran buscando la falta, como aquellos kapos de infausto recuerdo, olisqueando el resquicio por el que lanzarle al otro la queja, la reconvención, la llamada de atención como un viejo maestro amargado a sus alumnos, vara en ristre, ceño fruncido, corazón empequeñecido…

Segunda pregunta.- ¿Con qué derecho un humano sentado a la mesa de un establecimiento hotelero (sin protección antivírica alguna) se atreve a llamarle la atención a la camarera que lleva la mascarilla debajo de la nariz para poder respirar a más de 30º de temperatura…? La mira con desdén y le hace un gesto inequívoco (de cubrirse la nariz con la mascarilla), un gesto con el que se siente superior, señor exigiendo diezmo, patrón mandando al marinero, infeliz que no sabe que lo es y que por el precio de una consumición consigue la bula (esta vez del Gobierno) para respirar a pleno pulmón, arrojar sus humores y salivillas sobre quien le sirve y sentirse ufano, orgulloso, satisfecho de estar “haciendo bien las cosas”.

Tercera pregunta.- ¿Con qué derecho un ciudadano adicto al tabaco se lía un cigarro en el banco del parque, en la terraza del bar, en mitad de la calle y ejerciendo su sacrosanto derecho avalado por el BOE se quita la mascarilla con gran satisfacción –y a veces hasta ostentación- y obliga a quien por ahí pase a respirar el humo venenoso que expele? ¿No debería esa práctica contaminante estar reducida al ámbito de reclusión privada por aquello de haz lo que quieras en tu casa y no castigues a los demás?

Cuarta pregunta.- ¿Con qué derecho se le exime al compañero, vecino, colega, conocido, amigo e incluso familiar el cumplimiento de las reglas generales en aras de obtener un beneficio común? Molestan las barbacoas de los otros, no las nuestras; la queja está por la escandalera divertida de un grupo que festeja no por el follón que nosotros montamos el día en que celebramos un cumpleaños. Tenemos un embudo enorme y lo utilizamos sin pudor ni recato alguno: lo ancho para mí, lo estrecho para los demás.

Quinta pregunta.- ¿Con qué derecho unos deciden salvar la economía y vamos todos como borregos aplaudiendo sus decisiones –y gastando dinero sin pudor- si luego nos vamos a rasgar las vestiduras porque junto con el dinero se ha vuelto a expandir  también el dichoso virus?

Sexta pregunta.- ¿Con qué derecho criticamos a los turistas extranjeros que vienen a emborracharse y a saltar de los balcones en nuestras islas, a divertirse 24/24 con exceso de decibelios, drogas legales y otras tantas ilegales si son ellos los que “están levantando la economía” del país?

Séptima pregunta.- ¿Con qué derecho unos mandan, tapando la boca (sic) a la ciudadanía y la mayoría de ésta se siente en la obligación de agachar la cabeza por miedo a que le pongan una multa? (Qué miedo tengo, mira cómo tiemblo)

Platón ha muerto; el hombre nunca ha estado más lejos que hoy de darle un sentido trascendente a su vida.

Felices los felices (si les dejan)
LaAlquimista
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