jueves, 27 de agosto de 2020

Ya ni nos tocamos

El pasado 10 de Junio publiqué en tono irónico-festivo unas reflexiones sobre el retroceso en los temas del “roce” al que nos estaba abocando la crisis del coronavirus. Lo escribí, hace dos meses largos ya, pensando que era un punto de inflexión, que nos pararíamos todos a pensar, que tomaríamos conciencia de lo que estaba ocurriendo con los sentimientos apresados, las emociones contenidas y las libertades subyugadas. (Volverlo a leer al final del post)
Han pasado casi tres meses y la realidad nos explota en la cara misma: no más abrazos, no más besos ni caricias, mejor no tocarnos ni con un palo… por miedo. El ejemplo es mío y como cosa personal lo voy a contar, no generalizo sino que reflexiono sobre “lo mío”.
El caso es que quedamos el otro día un amigo y yo para tomar un aperitivo y ponernos al día. Al vernos, ya desde lejos, se me alegró el corazón y lo que se me veía detrás de la mascarilla. Al juntarnos, por puro instinto fui a abrazarle, como corresponde entre amigos, como se ha hecho de toda la vida de Dios.
Él pegó un brinco como si le hubiera amenazado con pincharle con una navaja trapera y retrocedió dos pasos, espantado. Como vi que había “tomate” me quedé mirándole en silencio, esperando –obviamente- su excusa o justificación al rechazo a mi gesto de cariño. –“Es que ya sabes cómo está esto, dijo, el cuidado que hay que tener, que en casa ni besamos a los aitas ni nada, que están muriendo niños y llenándose otra vez los hospitales”.
Como nuestra amistad se basa en el respeto y en no callarnos lo que pensamos, fui pergeñando mi discurso mientras nos dirigíamos a una terraza a la sombra y con las mesas bien separadas entre sí. Por puro milagro encontramos una. Ya instalados, comenzó el turno de “discursos” en la imaginaria palestra: mi amigo siguió con lo suyo y yo esperé a que me tocara meter baza (mientras me comía un pimiento relleno de txangurro) para decirle que sí, que muy bien, que el miedo sigue siendo libre, pero que “en esta película, al final, el protagonista siempre muere”. Lo entendió a la primera y se rio de mi melodramática sentencia (que por cierto, es lo más real que podré decir nunca) y todavía pude añadir que, en el mientras tanto, “esta chica” está decidida a VIVIR de la mejor manera posible su condición de hembra-humana necesitada de roce emocional y físico. Prefiero morir de un virus a morir de pena. Ya está dicho.
Ahora viene lo bueno.
Él ya hacía rato que, con toda la naturalidad del mundo se había quitado la mascarilla, sacado el tabaco y el mechero y amagó la intención de encender un cigarrillo. La distancia entre ambos rondaría el metro escaso. Como lo estaba esperando –ya sé que es fumador compulsivo- levanté la voz exageradamente y le dije que – ¡!!NO, NI HABLAR, ¿QUÉ HACES?, cómo se te ocurre quitarte la mascarilla que te puedes contagiar… ¡Y a mí no me eches el humo, por dios bendito y todas las vírgenes y los santos y los apóstoles, que se te va la olla, hombre!!!
Ni caso, obviamente. “Y eso es lo absurdo –le dije-, que estáis llenos de contradicciones los que no abrazáis tres segundos a los seres queridos ni con la mascarilla puesta y luego echáis aliento, aerosoles, salivilla y todo lo demás sin ningún pudor ni recato porque os conviene a vosotros. Y esto lo cuento, que te conste, tú, que me tenéis repodrida con tanto miedo y tanta neura para, al final, hacer lo que os peta sin consideración alguna hacia los demás.”
Le entró por una oreja y le salió por la otra, o eso me pareció.
Luego nos pusimos a hablar de libros y de los viajes que pensamos hacer algún día. Mi amigo me dijo que piensa viajar “el año que viene” y yo, pues como que soy una “inconsciente”, lo haré esta misma semana dejándole a él  que cuide de la ración de miedo que me corresponde, que yo en mi maleta no lo quiero como equipaje. Ni en mi vida mientras pueda vivirla. El spoiler está hecho: al final de la peli, la chica muere. Todos mueren. Por si se os ha olvidado.
Felices los felices.
LaAlquimista
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