martes, 18 de agosto de 2020

Todo lo que no tengo

Todo lo que no tengo

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Nos pasamos la vida comparándonos con los demás –deporte nacional precursor de la envidia- y de ese insano ejercicio sacamos la mayoría del dolor y la frustración que luego se convierten en enfermedad del alma o del cuerpo y en infelicidad. Esto lo escribo con el gesto muy serio, porque me avalan como “experta” los diplomas de la “Universidad de la Vida”, ésa por la que hemos pasado todos los que pintamos canas y arrastramos varias décadas de experiencia cosidas a nuestra sombra.
Miro mucho y observo más; tomo nota de lo que me dicen y cojo apuntes continuamente. Luego, cuando me acuerdo, me tomo el tiempo de reflexionar y sacar conclusiones. Vivo inmersa en la “tribu” social, (aunque pase períodos de mi vida apartada de casi todo) mis ejemplos están al alcance de la mano, no tengo tiempo de perderme en filosofías de culturas lejanas –por muy apetecibles o pintorescas que me parezcan-; la realidad me saluda cada mañana, antes incluso de poner un pie en la calle.
Soy mujer, he cumplido los sesenta, vivo sola (porque así me va muy bien) y mi despensa se llena con la pensión de jubilación. Me he reproducido (dicen que mejorando la especie). Quiero a algunas personas y algunas personas me honran con su cariño. Poco más. El mundo me parece un lugar infame, pero esto es una apreciación demasiado subjetiva como para dar el peñazo desarrollándola aquí.
En estos tiempos de rechinar y crujir de dientes, de desconcierto y caos subrepticio por la Covid-19 me doy cuenta de “todo lo que no tengo”, pero no porque lo desee o me haga falta, sino porque “lo tienen los demás” y ahí es donde se produce una colisión frontal entre lo que mi raciocinio dicta y lo que veo en los escaparates ajenos.
Lista de “lo que no tengo”.-
Ya no tengo familia nuclear; estoy divorciada de los padres de mis dos hijas y ellas, adultas, han formado a su vez su propia familia nuclear muy lejos de lo que un día fue su primer hogar.  Mi familia “de origen” ni está ni se la espera. Mis padres murieron y soy la siguiente en la teórica lista de hacer mutis por el foro,  por primogénita; los demás están por ahí dispersados, cada uno con su vida y sus afanes. La sangre no crea necesariamente amor y hemos desembocado en lo que se da en llamar una “familia desestructurada”.. En los últimos veinticinco años nos hemos juntado en los funerales, no así en las bodas.
No tengo pareja. Amorosa, afectiva, ni de hecho, ni del derecho ni del revés. Esta situación –perfecta para mi carácter, temperamento y voluntad libertaria- a veces causa chirridos entre mis relaciones sociales que piensan –y me lo han dicho- que “menudo bicho raro soy que no me aguanta nadie”. Quizás sea un bicho raro, pero la verdad, “mi verdad”, es que soy yo la que no aguanto lo que hay que aguantar cuando se forma una pareja de largo recorrido. Lo sé porque de ese tren me he apeado varias veces cuando a él me subieron a empellones. Como soy número impar, a veces no cuajo en las cenas de amigos/parejas, en las que los comensales, con esa campechanía ofensiva que da la demasiada confianza y parte del respeto perdido, se dedican a ironizar entre sí, lanzarse pullas inteligentes y contar chismorreos de alcoba –o de cocina- que me ponen los pelos de punta.
No tengo muchos amigos. Y cada vez menos. Contados con los dedos de la mano están quienes me mueven el corazón y siento que podrían quererme con algo de generosidad. (Conocidos, tengo demasiados) Los amigos son personas normales y corrientes y dejan de querernos porque se encabritan con nosotros de la misma manera que nosotros despachamos de nuestra vida a personas a las que antes queríamos mucho y ahora nos parecen insoportables. No hay que hacer un drama, la gente viene y va, hay que soltar y dejar que cada uno vuele a su antojo.
No tengo fe en el ser humano.- Esto es lo más triste de todo, lo reconozco para mi dolor íntimo y personal. A lo largo de la vida me he tropezado con muchas BUENAS PERSONAS, pero no fueron menos las que tenían un peñasco por corazón y un trozo de plastilina por cerebro. Lo uno se compensa con lo otro –o eso debería- pero el resultado final es que el Homo Sapiens me sigue resultando un depredador sin alma, sin moral, sin escrúpulos y con gran ausencia de amor a su prójimo. Esto lo digo también a nivel general; leo noticias, sé lo que pasa en el mundo y algo conozco de los inhumanos que gastan su vida matando, torturando, violando, vejando, esclavizando y destrozando a quienes les sirven para sacar beneficio. Esto no es cinismo sino visión clara de una realidad insoslayable por incuestionable.
No tengo riquezas, ni lujos,  ni cosas de “marca”. Voy sencilla en el atuendo y procurando no llamar la atención, ya sé que cada uno hace con su dinero lo que le viene en gana, pero ahí tengo mucho cuidado con mi conciencia que grita y patalea si colaboro sin rubor con la desigualdad. (Quizás podría haber seguido tirando de mi viejo coche de dieciséis años, pero las normas europeas de emisión de gases me prohíben acceder a ciertas ciudades y, para reactivar la economía, deciden que hay que actualizar el parque móvil; una jugada perfecta)
Tampoco tengo miedo a vivir según mis principios y de ahí surge la lista –extensa- de TODO LO QUE SÍ TENGO. Pero ésa me la guardo.
Felices los felices.
** Fotografía: Mis manos vacías; ayer mismo.
LaAlquimista
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