viernes, 28 de agosto de 2020

Cuando sólo queda la huida

**”Huida” (Paula R. Feito)
Mi vida se ha vuelto muy sencilla con el paso de los lustros; o más bien tendría que decir que yo la he revestido de esa cualidad después de haber “invertido” los primeros cincuenta años (que se dice pronto) en “complicármela”. Soy así, qué le voy a hacer –me decía a mí misma cuando todavía no había aprendido casi nada. Ahora mismo no es que sepa mucho más, pero me funciona bien la intuición y el instinto de conservación (lo que se llama el cerebro reptiliano), y mi mente me regala flashes como luz de faro en la noche al navegante perdido.
Me puse normas sencillas para no seguir haciendo de mi vida un nudo desentrañable y en plan esquema funciono así: lucha, aceptación, huida. Como el homo sapiens que describe el gran historiador Yuval Noah Harari en su genial “Sapiens”, como lo que todos somos, evidentemente.
Así las cosas, miro la situación mundial desde mi pequeño ombligo y me siento desasosegada con tendencia a la debilidad emocional y con visos de caer en la tristeza profunda: la pena ya la llevo encima por lo que está ocurriendo.
¿Cómo luchar contra un gran mamut furioso con una pequeña lanza que va a quebrarse contra su piel? Ese proboscídeo amorfo es el MIEDO que se ha extendido muchísimo más rápido y globalmente que la Covid-19. Puedo luchar contra mi propio miedo, (mal que bien) pero no contra la psicosis general que ha invadido a la sociedad.
Aceptar la situación, sólo puedo aceptarla a la fuerza, a duras penas, con la soga al cuello y por imperativo legal. Decía el gran maestro Jiddu Krishnamurti: “No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. Ahí estamos todos, dejándonos llevar de aquí para allá como hojas barridas por un furioso vendaval. Con consciencia alternativa de creer entender las circunstancias y otras veces embarrados en el total desconocimiento de las mismas.
Queda la huida. Creo firmemente que el superviviente no es el que se adapta sino el que encuentra un camino alternativo. Un camino en el que exista la paz interior, el aire para respirar, el silencio donde meditar y la ausencia del retumbar de las pisadas del “mamut”. La contemplación del mundo que nos rodea es muchas veces insoportable y, como nos han educado para “aguantar” sobrevaloramos nuestras fuerzas y seguimos erguidos, agarrándonos a esas raíces que creemos que no podrán ser removidas, sin comprender –casi siempre demasiado tarde- que un roble puede ser arrancado de cuajo por el viento mientras que un junco, sencillo y flexible, soportará casi cualquier embate.
Estoy buscando mi camino alternativo, esa “carretera secundaria” que me permita recuperar el aliento. No me importa que alguien me llame cobarde; a fin de cuentas no tengo “convivientes” que puedan reprocharme nada. Y las etiquetas se me despegan rápido…
Me largo a respirar.
Felices los felices.
LaAlquimista
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