martes, 18 de agosto de 2020

¿El Universo provee?

¿El Universo provee?

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Parece mentira que con lo descreída que soy, más bien tirando a atea por firmes convicciones teológicas, que “crea” en que el Universo es una especie de “maestro” que va repartiendo a sus alumnos las lecciones que deben aprender. En realidad esta observación mía no llega a ser empírica del todo, tan sólo a medias, porque a veces la tangibilidad de los hechos es contundente y otras se me queda en el camino. Y me explico mejor no vaya a parecer que tengo el día espeso.
Hace ya varios años que dejé de perseguir metas, de aceptar retos y de boquear detrás de mis sueños; hace ya varios años que me dejo SER lo más tranquilamente posible y hago mi camino muy ATENTA a los silbiditos que llevan mi nombre. A veces son cantos de sirena, otras veces me señalan con el dedo con nombre y apellidos a la vez que me abren las puertas para compartir. Quería ser escéptica pero no he podido.
Ya dejé de buscar, rastrear, escudriñar e intentar hallar aquello que teóricamente me sería beneficioso, bien para la salud física o para la salud mental. Cursos y cursillos, talleres y experiencias, vida intelectual predeterminada o cualquier grupo de esos que ofrecen entretenimiento, desarrollo, crecimiento o incluso venta de humo al por mayor.
Cuando se me ocurre una idea –que a priori me parece genial- me ofrezco el margen de frustración necesario por si, al final, las cosas no son como las había imaginado. Es decir, que me gustaría poder tener un refugio en la naturaleza para HUIR del asfalto y el ladrillo cuando no puedo más, pero sé que por mucho que busque…si no me llega, es porque no me tenía que llegar. Esto se aplica también a las relaciones interpersonales, esa “búsqueda” inconsciente de una pareja amorosa que parece que está ahí, en la trastienda, con la antena activada por si aparece alguien interesante e interesado.
He decidido dejar que “el Universo provea”, que vayan llegando las cosas, las situaciones, las propuestas, las buenas sorpresas, los detalles cariñosos y el afecto de las personas… sin forzar la máquina en absoluto. Y van llegando, vaya que sí, ofertas que son regalos, llamadas que son ofrendas, personas que son casi ángeles (porque también las hay que son un poco “endiabladas”), no hay prácticamente un día entero en el que no “ocurra algo bueno” para mí. Lo que pasa es que ahora estoy muy atenta y no desperdicio las ocasiones, mientras que antes rumiaba las cosas y aparcaba las propuestas dándoles vueltas y vueltas en la mente hasta que el batiburrillo me dejaba casi paralizada.
De repente vuelve mi amona Julia con su filosofía de mesa camilla recordándome que lo que tenga que ser, será” y “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible” y su recurrente “Dios proveerá” que quería decir que ya rezaría ella para que las cosas salieran como deseaba a fuerza de golpes en el pecho o limosnas en la iglesia, tanto da.
Pero sí que es cierto –o por lo menos es lo que me pasa a mí- que cuanto MENOS me empeño en ciertas cosas, MÁS tranquila y afortunada me siento al final del día. Cuando algo o alguien “me falla”, en vez de jurar en arameo o desmenuzar intelectualmente la situación para ver quién o qué es culpable de esa mutabilidad que tanto debería afectarme teóricamente, me pego una ducha o me tomo una cerveza y pienso que…ya proveerá el Universo de lo mejor que haya por ahí destinado para mí.
Sin método científico alguno ni comité de expertos, pero funciona. Supongo que es mi propia actitud tranquila -y cada vez menos beligerante- la que propicia que la vida transcurra más plácidamente de lo esperado teniendo en cuenta las nubes de tormenta truculenta que nos sobrevuelan a todos.
El Universo…y la propia actitud.
Felices los felices.
LaAlquimista
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