lunes, 14 de junio de 2021

Cartas de amor

 


Arrinconar el amor como si fuera una hermosa planta en el interior de un corredor donde no llega la luz del sol ni la brisa de la tarde es condenarlo a morir. Tardará más o menos, según haya sido “amor cactus” o “amor orquídea”, pero se secará. Y ya se sabe que un amor “seco” es algo muy poco divertido.

Hay personas que una vez amaron y sufrieron daño y ya nunca más han querido confiar en nadie; por miedo a repetir la mala historia, se retraen en sus aposentos emocionales y allí viven aburridos, aunque eso sí, sin sobresaltos.

El miedo es el agente paralizador más potente que existe para el ser humano y bien lo estamos comprobando en estos tiempos convulsos. Por miedo no se actúa, por miedo se omite, por miedo uno puede convertirse en “otro”, en un desconocido que “okupa” la propia personalidad, una sombra que se acuesta en la misma cama y mira al espejo desde atrás, soplándonos un aliento helado en la nuca.

Hubo un tiempo en el que guardaba las cartas de amor, porque disfruté de un tiempo en el que se escribían cartas. Las que me escribieron quienes dijeron amarme en un tiempo añorado en el que las palabras daban fe sobre el papel de los sentimientos del corazón. Demasiadas veces fue papel mojado de lágrimas o descuartizado con rabia. Eran cartas escritas a mano, con temblorosas promesas de amor. Alguna vez las volvía a leer, sobre todo cuando me sentía abrumada por la soledad, como si quisiera recordar que también hubo para mí el tiempo del amor, que allí, en aquellos papeles amarillentos estaba la prueba.

Ahora son tiempos en los que el amor está (casi) ausente del orden del día de las personas adultas, donde ya no se escriben cartas porque ni sabemos la dirección real de nadie, justo el apellido y ya eso es mucho. Un tiempo en el que ya no se memoriza el número de teléfono de la gente con la que se habla, ni hay fotos en la mesilla de noche, ni una pequeña flor seca entre las páginas de un libro, porque las acciones han traspasado el plano real para refugiarse en lo cómodamente virtual.

¿Dónde están las flores que huelen para adornar mi habitación? ¿Acaso me hace más feliz un video de youtube con gente que canta al amor… en vez de la voz, el contacto, el olor de una persona?

Mis cartas de amor están ahora guardadas en una carpeta del servidor de correo electrónico. Ya no puedo disfrutar –o llorar- mientras las leo y recuerdo porque no me inspiran nada…

Una historia de amor no debería quedar para la posteridad guardada en imágenes en un teléfono móvil, en conversaciones tecleadas, en mensajes crípticos, cortos, inanes.

Una historia de amor sólo puede ser como siempre ha sido: con besos y abrazos reales, con la piel echando chispas, con el silencio compartido en el mismo atardecer, paseando un domingo por la mañana, ensuciando la cocina mientras el puchero anticipa el placer de comer de a dos, siendo dos, juntos, pero siendo…

Sin embargo, y desgraciadamente para muchas personas que siguen creyendo en el amor, éste se ha reducido a razones. Hoy te quiero porque PIENSO que esto está bien, hoy te evito porque PIENSO que necesito estar solo. “Me conviene esta relación” o “estoy cómodo con esta persona” y el pavoroso “cada uno en su casa y Dios en la de todos”… Valorando los pros y los contras, en un puro ejercicio de egoísmo absurdo por el que se pierde mucho más de lo que se gana: una supuesta tranquilidad ausente de calor humano e ilusión compartida. Una victoria pírrica.

Vamos a ver si le damos la vuelta, que la ilusión es lo último que se pierde.

Felices los felices…malgré tout.

LaAlquimista

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

No hay comentarios:

Publicar un comentario