lunes, 14 de junio de 2021

Un respeto a las canas

 Viernes, 11 junio 2021, 07:31

Soy una mujer mayor de esas a las que autobuseros y taxistas llaman “señora”. Gracias a una buena salud (toca madera) y una mente ágil y pizpireta puedo disfrutar de las delicias de la jubilación, palabra que significa en latín: “gritar de alegría” y no otra cosa. Conduzco un SUV de última generación y mi Smartphone me guía por la vida. A falta de nietos cercanos me apaño lo mejor posible con amigos con ganas de pasarlo bien.

No cuento “batallitas” del pasado porque a los jóvenes de hoy se la soplan, de la misma manera que las historias de mis padres sobre una época gris y represiva no quise escucharlas en su día abducida como estaba en el presente rico en rebeldías y utopías que me tocó vivir en los 70/80 del siglo pasado.

¡Qué cosa hablar del siglo pasado como los filósofos hablaban de lo “decimonónico”! Por cierto, cómo se le dice a lo del siglo XX todavía no se han puesto de acuerdo. Pero no quiero distraerme de lo que quiero decir.

Por edad tengo el dudoso derecho de poder hablar de los últimos cincuenta años con más o menos conocimiento, bien entendido que el relato de la historia no va acorde con el paso del tiempo sino que hay que esperar muchos lustros para que se divulguen las verdades que en su momento estuvieron confiscadas y manipuladas. Lo del “ministerio del tiempo” no es tema baladí, porque ya sabemos que la historia de los pueblos la han escrito siempre los que más fuerte golpearon con los tacones de sus botas.

Por edad vivida –eso que se llama “experiencia”- he hecho guardia en muchas garitas y arrastrado carros y carretas porque es lo que nos tocaba a las mujeres que levantábamos la voz (y el puño) para conseguir derechos, justicia, respeto. Así que me descoloca cuando me vienen con las verdades “neo-feministas” como si la pólvora se hubiera descubierto en el siglo XXI.

Boquiabierta me quedé no hace mucho cuando una “chavala” de veinticinco años, activista de lema bordado en camiseta y tatuaje en el brazo, me quiso explicar lo que era eso del feminismo. Ni me reí ni me enfadé, que una ya tiene tolerancia de serie, -y sobre todo por no liarla parda- pero me pareció un acto de desconocimiento supino intentar enseñar a un padre a hacer hijos (burrada que se decía de mala manera pero que se entendía a la primera).

Vale, vale, que lo nuestro está ya trasnochado y nos hemos convertido en pequeñas burguesas aburridas en la zona de confort… ¿Seguro? ¿De verdad es así como nos veis, vosotras, las de mantita y peli, las de estar en casa hasta casi los treinta a pesar de tener novio formal desde los veinte?

Me interesa seguir luchando por que a cada generación se le dé lo suyo; es decir: lo que se ha ganado por mérito propio y no por réditos heredados. Que está muy bien pegar cuatro gritos para la foto, pero también hay que batirse el cobre buscándose los garbanzos fuera de casa y no comiéndolos en los tapers de mamá. Que ya está bien, hombre, que a ver si nos tienen un poco de respeto a las que peinamos canas, que nadie nos regaló nada y además de dejarnos el pellejo en el camino fuimos las que clavamos los pilares de una sociedad más igualitaria, aunque luego hayan venido otros a demolerlos a golpe de mandoble derechista.

No doy lecciones de ningún tipo a mis hijas porque creo firmemente, que: 1) no tengo autoridad moral 2) cada uno tiene que buscar su propio camino y 3) sé que no me iban a hacer ni puñetero caso así que me ahorro inteligentemente el esfuerzo.

Pero el respeto nos lo debéis, por ahí no paso. Y eso consiste en no pretender convencernos de que vosotros sois los únicos que sabéis hacer las cosas como es debido porque también mis padres se sonreían cuando yo les contaba mis planes con esa vieja sabiduría del viejo diablo que las ha pasado de todos los colores.

En fin. Que parece que ahora nos toque a nosotros, los mayores o muy mayores, probar de nuestra propia medicina. Justicia poética será, digo yo…

Felices los felices.

LaAlquimista

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