viernes, 3 de diciembre de 2021

Camas separadas

 

Camas separadas

Honoré de Balzac apuntó que: “La cama lo es todo en el matrimonio”, pero me temo que este ilustre escritor habló así en el siglo XIX porque no se había inventado la televisión. El caso es que en nuestra cultura occidental sigue siendo costumbre que las parejas compartan cama en sus horas de descanso. “Cama de matrimonio” se le llama, aunque no haya firmas ni papeles de por medio en un fleco social y educacional que recuerda “cómo hay que hacer las cosas”. Los anglosajones son menos igualitarios y más expeditivos: “King size” para la cama extra grande y “Queen size” para la cama grande a secas. Sin comentarios. Pero no se trata de promocionar colchones sino de diseccionar costumbres y/o actitudes nuestras, de ésas que están tan arraigadas en alguna parte del cerebro que ni con agua caliente van a salir.

-“Duermen en camas separadas”, dicen con retintín de aquella pareja que no comparte tálamo, deslizando maliciosamente que su relación hace aguas o que algún problema gordo tiene que existir para que no duerman juntos. Puede que sí, puede que no, lo más probable es que quién sabe, pero no tiene  por qué haber una relación causa/efecto que sea blanco y en botella.

De hecho, dormir en camas separadas es una especie de eufemismo que en muchos casos puede ocultar el deseo de dormir… ¡en habitaciones separadas! El colchón compartido sirve para una cosa principalmente, a saber: que haya roce de piel, calorcito emocional y humano, sensación de protección y mucho cariño de por medio, como hacen quienes tienen hijos pequeños y los cobijan bajo sus mantas en la más que respetable práctica del colecho.

Pero si hablamos del tema sexual me temo que ahí vamos a pinchar en hueso. Abrumadora es la cantidad de parejas que duermen en la misma cama sin rozarse siquiera, en esa descorazonadora costumbre que se llama “culo con culo”… y el que esté libre de pecado que tire la primera crítica. Mayormente esta situación ocurre cuando el recorrido matrimonial lleva en la chepa varias décadas y muchos kilos de desgaste, aunque todavía se siga manteniendo una especie de prurito bien hipócrita de engañarse entre ellos y no querer dar el paso que ambos –aunque no lo reconozcan- estén deseando: dormir –o incluso vivir- lo más separados posible.

Llegando a cierta edad el descanso es absolutamente imprescindible y dormir con alguien al lado que lo disturbie es una soberana falta de sentido práctico e inteligencia. Porque todos –más o menos- roncamos, damos vueltas en la cama, nos levantamos de madrugada, transpiramos malamente, tenemos pesadillas y estiramos brazos y piernas sin consideración alguna hacia la persona que está al lado. En este tema no se libra ni el apuntador.

Así las cosas… ¿Por qué no tener cada uno su propio espacio bien con un colchón propio o incluso con una habitación propia? Porque a partir de los cincuenta –y no digo ya de los sesenta- los hijos, si los hay, han dejado libre espacio en la casa y mejor sería aprovecharlo para beneficio propio en vez de añadir al piso un “cuarto de los trastos” o seguir manteniendo posters y peluches “por si algún día vuelven a pasar un fin de semana”. Errores de bulto, me temo.

Más error y más delito tiene compartir cama con alguien, dormir dándose la espalda, y no rozarse más que por casualidad. Si no me llevo lo bueno de una situación tampoco querría padecer las molestias que conlleva y a buen entendedor pocas ironías bastan.

Felices los felices.

LaAlquimista

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