viernes, 3 de diciembre de 2021

Diciembre, otra vez

 

Diciembre, otra vez

Han puesto luces de colores –muchas, muchísimas- en los cielos de la ciudad; y una noria gigantesca que me descoloca porque no la ubico en el imaginario navideño. En el colmado de la esquina ya faltan turrones y flores de pascua que, por cierto, como toques su savia tendrás un buen sarpullido y si tu mascota mordisquea una sola hoja se envenenará.

Las estaciones de esquí ya han abierto para proporcionar placer a los bien acomodados económicamente y hace frío y llueve o nieva. La gente espera la paga extra –los que la necesitan- para gastarla alegremente haciéndose regalos entre sí, con gran falta de sentido práctico, pero las tradiciones mandan.

Es un mes complicado, Diciembre; no es como marzo o septiembre que son discretos, que transcurren sin alharacas ni obligar al personal a hacer cosas que –en el fondo- preferiría no hacer.

Nos volvemos un poco locos en Diciembre. Que si las comidas de amigos, las de empresa y las familiares. Todo el mes –y el principio del siguiente- nos lo vamos a pasar comiendo más de la cuenta para luego quejarnos. Hay una ausencia de inteligencia que no tiene remedio aunque la disfracemos de otra cosa.

Y las reuniones familiares, que pondrán de los nervios a más de uno y de dos, pero que no se saltarán con pértiga porque puede más la inercia que la inteligencia. Pobres “cuñados” que van a cargar con un sambenito injusto aunque en todos los escalones de la jerarquía familiar haya voluntarios en el extendido arte de fastidiar a los demás.

Llegará el solsticio de invierno –en el hemisferio norte, no nos creamos el centro del mundo- y será el día más corto del año por la posición inclinada de la Tierra en relación con el Sol y, al día siguiente, en este país, soñaran los pobres con hacerse ricos y los ricos con serlo todavía un poco más.

Hay muchos sueños en Diciembre, sobre todo los de los niños a los que se engaña una vez más haciéndoles creer que tendrán regalos venidos “mágicamente” aunque los elijan de los anuncios que ven en televisión. Sueños de Diciembre mentirosos, muy falsos, muy traídos por los pelos en este año 2021.

¿Cómo es posible que sigamos dejándonos arrastrar? Igual es porque necesitamos inventar un atisbo de esperanza para atravesar el desierto lleno de virus por el que nos arrastramos desde hace casi dos años. Igual es que ya se nos han convertido los sesos en gelatina con tanta contradicción entre la incertidumbre y las imposiciones institucionales.

No sé, de verdad que nunca en toda mi vida me había sentido menos segura de nada. O como dice el chiste: “Me asaltan las dudas y me roban las certezas”. Supongo que lo mío es lo habitual, lo de sentirse zarandeada por fuerzas superiores y ajenas a mi voluntad. Virus y gobiernos y desgobiernos.

El caso es que este Diciembre tampoco me va a gustar, lo intuyo. Por lo menos en este país donde todos se pelean contra todos: los políticos en público para vergüenza ajena insoportable, los que se vacunan contra los que no quieren vacunarse, los optimistas contra los que cobran la pensión mínima, los que trabajan explotados contra los que no tienen dónde ir a fichar cada mañana. Un desastre total y absoluto.

Algunas veces he pensado que me gustaría tener fe religiosa, ésa que (dicen) ayuda a superar este valle de lágrimas confiando en el amor divino y en la promesa de una vida mejor cuando se acaba ésta. Quizás los que “creen” duermen mejor que los que vemos la realidad de otra manera y disfrutarán el mes de Diciembre cumpliendo con sus ritos de amor y paz teóricos –porque en la práctica es mucho más difícil- y a todos se nos ve el pelo. Diciembre. Qué pereza. En fin.

Felices los felices, malgré tout.

LaAlquimista

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