viernes, 3 de diciembre de 2021

Envejecer sin miedo y con orgullo

 

Envejecer sin miedo y con orgullo

Ando últimamente revisando mis prioridades para ofrecerme un reajuste entre la edad del DNI y esa otra, la que decimos que llevamos en el ánimo o en el espíritu y que –no nos engañemos- no es más que un espejo trucado para apuntalar una autoestima a la que la sociedad pone palos en las ruedas a partir de cierta edad y sobre todo a las mujeres.

Me fijo –y me fijo muchísimo- en las mujeres de mi edad biológica y las he dividido en tres grupos. Las que siguen el patrón social de “invisibilidad” vistiendo de colores pardos y bajando la mirada y la voz, las que parecen gallinas disfrazadas de colorines intentando esconder los estragos propios de la edad y las que me motivan mucho más y que forman el grupo en el que me quiero integrar. A ver si me admiten.

Me he pasado demasiados años escuchando el típico: “Uy, chica, si no aparentas la edad que tienes…” y, lo confieso, ufanándome de ese guiño genético que me ha hecho un regalo, cuestión de buena suerte nada más. Y, claro -a quién no le gustan los halagos-, me lo he creído hasta que me he planteado cuál es el lugar que me corresponde realmente como mujer que se siente a gusto en su propia piel.

Esa es otra, la de estar confortable con una misma –léase este post en masculino también quien así lo desee- y mirarse al espejo y “seguir reconociéndose” sin torcer el gesto.

Envejecer no es una enfermedad ni una lacra social sino la consecuencia lógica de vivir. La juventud se cura con la edad… y esta verdad de Perogrullo se nos olvida demasiadas veces en un acto mitad estúpido y mitad obsceno de querer ganarle el pulso al ineluctable paso del tiempo.

Mi madre se quitaba años porque sus amigas también se los quitaban y no quería parecer la mayor del grupo habiendo compartido pupitre en el colegio. Luego, ya de mayor, se ufanaba de haber cumplido ochenta y noventa y estoy segura de que no le hubiera importado nada cumplir los cien… en condiciones más o menos aceptables. A ella le importaba muchísimo no tener arrugas, la piel tersa y el ojo pintado y la manicura hecha hasta el momento final. Era coquetería y no estoy en contra, pero una cosa es el cuidado amable de la imagen –higiene y respeto al propio cuerpo- y otra la que nos apabulla ahora mismo que no es otra cosa que aparentar lo que no se es.

Esto merece una reflexión lo más profunda posible. Dejemos ya de una vez de hacer los coros a las voces interesadas que pretenden convertirnos en “doriansgrey” para vender su propia mercancía. Si sabemos diferenciar lo que es meramente salud de lo que es tontería y superficialidad nos sentiremos muchísimo mejor en nuestro propio pellejo. Hombres y mujeres, pero sobre todo nosotras, las que estamos en el punto de mira de la sociedad masculina que hace gestos de desprecio hacia las mujeres envejecidas mientras ellos compran por Internet pildoritas azules.

Me siento orgullosísima de haber podido cumplir los sesenta y ocho (el año que viene lo celebraré largo y “tendido”) porque la alternativa me resulta mucho menos halagüeña y no me hace ningún favor que me digan que aparento menos porque, para empezar, es incierto: tengo la edad de un ser humano que ha vivido mucho, que ha trabajado mucho también y que las ha pasado de todos los colores. Las huellas de vivir no se pueden ocultar…ni yo quiero ocultarlas.

Cuando era joven llegué a pintarme como una puerta, pero conforme pasaban los años dejé de usar artificios porque no tenía ganas de pintarme el ojo a las siete de la mañana si tenía que fichar a las ocho. Porque guapas lo somos desde siempre sin necesidad de trampa ni cartón. Como guapos nos parecen los hombres a los que aceptamos con arrugas, canas y hasta escamas.

La igualdad también pasa por un mismo baremo de reconocimiento social sin que se nos impongan a las mujeres más y más retos contra natura para agradar al ojo ajeno por mucho que se diga que es “por una misma”.  Yo voy para vieja, con orgullo, la cabeza bien alta y sin miedo alguno. Por favor, que no me entorpezcan más el camino.

Felices los felices.

LaAlquimista

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