viernes, 3 de diciembre de 2021

¿Por qué no cuidamos nuestra salud?

 

¿Por qué no cuidamos nuestra salud?

Ante esta pregunta retórica muchos serán los que salten y respondan –molestos-: “¿cómo que no? ¿quién dice eso?”, ya que es de cajón que todo hijo de vecino hace lo posible para mimarse en lo posible y retrasar lo imposible: la llegada del deterioro que es inseparable de la vejez.

Así te encuentras con quien decide dejar de trabajar “porque no puede más” pero no acompaña esa acción del hecho de dejar de fumar de manera desaforada. O esa otra persona que se pasa la vida entre médicos y medicamentos para esto y para lo otro (y lo de más allá), pero sigue alimentándose de productos que van envueltos en plástico y llevan código de barras –y no son precisamente ni frutas ni verduras-.

Cuidar de la propia salud no quiere decir quedarse en casa cuando llueve o hace frío al amparo del sofá y la mantita sino salir a la calle a por los miles de pasos diarios y necesarios para que no se anquilosen los músculos de la maquinaria de andar. Cuidar de la salud tampoco significa tumbarse al sol para atiborrarse de vitamina D a la vez que vamos destruyendo las células y, pasito a pasito, caminando hacia el inevitable melanoma.

Y, sin embargo, a pesar de que llevamos un “orden del día” insano la mayoría de las veces, mantenemos el discurso contrario en un afán absurdo de convencernos a nosotros mismos de que lo estamos haciendo bien. Como ir al gimnasio a darle caña y luego beber alcohol como complemento social. Como tener una elíptica o bici de carreras empantanada en casa y mover el cuerpo oliendo únicamente el sudor propio en vez de respirando aire puro (o más o menos puro) del exterior. Y quedar con los amigos para unas “bien merecidas” cuchipandas de grasas riquísimas, carnes rojas, azúcares deliciosos y alcoholes desinhibidores.

Entonces surge la pregunta del millón: “¿Para qué sirve pues la vida si no podemos disfrutar de ella comiendo o haciendo lo que más placer nos da?”.

Pues yo no tengo respuesta a tamaña filosofía puesto que cada persona es un mundo y a veces ese mundo tiene fronteras, aduanas, alambradas de pinchos o muros electrificados. Que nadie quiere que vengan a decirle cómo tiene que cuidarse ni a dar consejos, ni siquiera sugerencias incómodas.

¿Que nos vamos matando de a pocos porque nos da la gana y si luego hay que acudir al sistema sanitario para que nos remiende lo roto?… pues se va y ya está. Y se protesta con furia si nos dan cita para dentro de varios meses cuando las arterias ya estén atoradas de la grasa del jamón, de las salchichas o de los torreznos o cuando los bronquios gimen desesperados y los pulmones agonizan a causa del alquitrán con que los hemos alimentado durante lustros.

Ya no te cuento de la tortura que le metemos al hígado con esa alegría tan necesaria como es en nuestro pueblo la ingesta de alcohol –aunque sea “del bueno”, que digo yo que menuda falacia-, y cómo desoímos el lamento de los riñones que trabajan a marchas forzadas demasiadas veces por culpa de su dueño y señor.

¿Por qué comemos mal? ¿Por qué bebemos alcohol? ¿Por qué cada vez somos más sedentarios? ¿Por qué echamos los balones fuera cuando la salud tira la toalla y acusamos al sistema sanitario de flojear? ¿No será que somos nosotros mismos los que lo colapsamos con nuestros malos hábitos?

Ahí queda eso. Y que conste que soy perfectamente consciente del daño que le hago a mi cuerpo cada vez que –para calmar mi ansiedad existencial- me meto entre pecho y espalda una pizza con extra de queso acompañada de una cerveza tostada de las grandes. Pero me digo que ya hice bastante dejando de fumar hace veinte años o abandonando el Orfidal hace dos. Respondo a mi “pepito grillo” personal que ya ando cada día doce mil pasos –paso arriba, paso abajo- y que dedico las noches al descanso en vez de andar pegando saltos por restaurantes o sociedades.

El que no se consuela es porque no quiere.

Felices los felices.

LaAlquimista

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