viernes, 3 de diciembre de 2021

El algoritmo que habita en mí

 

El algoritmo que habita en mí

Últimamente me ha dado por leer divulgación científica, ésa a la que se le llama “para tontos”, que no quiere insultar sino ponerla a pie de calle, al alcance de cualquiera sin necesidad de tener un coeficiente intelectual llamativo. Para una, que es de letras, comprender los mínimos fundamentos de la I.A. (Inteligencia Artificial), Big Data (Análisis masivo de datos) y los algoritmos (Conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas), es como coronar mi “ocho mil” particular. Observando detenidamente, tomando apuntes de aquí y de allá y añadiéndole un poco de imaginación al “guiso”, puedo asegurar que mi vida está regida en un porcentaje exagerado por una mano invisible que maneja los hilos que me menean en una u otra dirección.

Y la única responsable soy yo, no me voy a mesar la melena echándole la culpa al “zuckeberg” de turno, porque la que toma las decisiones en mi casa es la que suscribe. Verbigracia: el uso nada moderado de Internet –con su mano ejecutora Google-, las horas perdidas en hacer el bobo en las RRSS (Redes Sociales), la comodidad de reservar un hotel, comprar billetes de avión o las entradas del cine sin tener que mover más que un par de dedos, y la locura de hacerse traer a la puerta de casa hasta un producto que vale lo mismo que un kilo de naranjas, todo eso, ese adocenamiento, me pasa factura. A mí y a todos, faltaría más.

Porque todos los datos que comparto, los deseos que manifiesto, las pistas que voy dejando, como Pulgarcito las miguitas, se recopilan  en una “nube” (Almacén de datos en Internet) que va engordando según la voy alimentando para, en el momento menos esperado, desplomarse sobre mí en forma de diluvio de publicidad de productos de consumo.

Si miro fotos de Armenia (por poner un ejemplo) en menos que canta un gallo me achicharran las ofertas de agencias de viajes; si consulto la crítica de un libro ya no me libro de la publicidad de una y otra editorial que me lo quiere vender en formato papel o Kindle (aplicación para lectura virtual). Ya ni te cuento lo que ocurre si me da el cuarto de hora tonto y entro a fisgar en una página de contactos; a los diez minutos tengo una plétora de gigolós asomando sus carnes por la esquina de la pantalla del ordenador..

Da miedo hasta respirar y ya no digo nada de suspirar. La cámara del PC (Personal Computer) bien tapadita con cinta aislante, el antivirus a la orden del día, filtros para rechazar SPAM (Mensajes masivos no solicitados) y bloqueos diversos que tengo que actualizar cada día, todo ello me supone un desgaste mental e intelectual que no sé si voy a poder gestionar o morir en el intento. Y las cookies (pequeño fragmento de texto que una web visitada reenvía a mi ordenador) que no son galletitas con chocolate sino como moscas en verano.

He leído un libro que lo explica muy bien: “21 lecciones para el Siglo XXI” del historiador y filósofo Yuval Noah Harari. Como todo lo que se explica correctamente, lo he entendido a la perfección. Una de dos: o me voy a vivir a la punta de un monte donde no haya cobertura de ningún satélite o voy a (sobre)vivir lo que me quede manejada –y manipulada- por los malditos algoritmos.

Por cierto que hay una paradoja terrible y no es otra que hay gente que reniega de Internet y sin embargo se pasa el tiempo delante de la televisión donde el mensaje alienador (Causar o provocar la pérdida de la personalidad o de la identidad de una persona o de un colectivo) es abrumador, avasallador y cuasi infinito. ¡Saltar de la sartén para caer en el fuego!

La verdad es que no sé qué hacer; me asaltan las dudas y me roban las certezas.

Felices los felices, malgré tout.

LaAlquimista

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