miércoles, 25 de marzo de 2015

La procesión va por dentro y el orgullo por fuera

 

Aquí todo el mundo aguanta el tipo como puede. Da igual que la situación personal esté al nivel de los moluscos univalvos, hay que disimular porque está mal visto pedir ayuda. ¿Qué estoy diciendo? Pues ni más ni menos que nos estamos convirtiendo en una sociedad autista en la que escondemos nuestros sentimientos y contenemos nuestras emociones porque no es de recibo llorar en el hombro de los demás y, sobre todo, porque como los demás no nos cuentan sus penas…¿Cómo vamos nosotros a contarles las nuestras?

Supongamos –es un suponer- que a una persona no le llega el dinero para vivir porque se han visto recortados sus ingresos (y no así sus gastos fijos). ¿Va a decirle a su familia que no tiene ni para el bonobús? No. Simplemente irá andando a todos los sitios. ¿Va a pedir cien euros a sus amigos para pagar la cuenta de la luz? No. Simplemente dirá que no se encuentra bien y no puede salir al pintxo-pote de los jueves. La procesión va por dentro y el orgullo por fuera.

Así pues estamos acostumbrados a pasar por la vida de los demás como untados con vaselina, deslizándonos sin rozar su equilibrio y disimulando nuestra pena u ocultando el problema que nos atenaza las tripas. Y no es porque eso sea lo deseado, qué va, pero cuando se lanzan bengalas de auxilio, cuando se deja caer –como quien no quiere la cosa- un “llevo una temporada que no me encuentro bien”, y a la pregunta de qué te duele, la respuesta es “el alma”, entonces se mira hacia otro lado, no se sabe qué decir o como mucho un “venga, mujer, ya se pasará, el tiempo todo lo cura”.

Mi problema es que yo no soy de callar, sino de contar y pedir. Contar cuando me siento mal y pedir ayuda. Pero no todo es tan fácil como decir “me prestas dos mil euros”, ese problema se soluciona sin poner emoción ni sentimiento apenas; lo difícil es ofrecer compañía al que está solo, calor al que tiene frío, unas risas al que está triste.

Al final vamos todos dentro de nuestra burbuja, aislados de los demás, como los monos de Gibraltar, no queriendo ver, ni escuchar y mucho menos, hablar.

Tengo mi queja bien guardada aquí en la mano para arrojármela a la propia cara antes de dejar que se desparrame por donde no debe. Debo ser prudente siempre aunque a veces me cueste lo indecible.

Así que tan sólo voy a compartir que, cuando le escuchemos a una amiga que nos habla con tono triste, sin fuerzas, y nos dice que “se encuentra mal”, le ofrezcamos un poco de compañía porque eso es lo que nos está pidiendo. Y cuando la pareja esté llena de murria, mirando con ojos de cordero degollado, le hagamos unos cariños extras, porque eso es lo que está necesitando. Y si encima lo pide con palabras… no nos queda más remedio que enfrentarnos a la realidad: o queremos a esa persona o nos importa un comino. Porque no se puede arreglar con palabras lo que se ha estropeado con omisiones…

En fin.

LaAlquimista

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