martes, 10 de marzo de 2015

Mujeres salvajes


 

Cada vez me gusta más el término “salvaje” por todo lo que conlleva de ausencia de domesticación, de esencia pura sin contaminar, de lejanía de normas, reglas y discurso social. Recuerdo en mi niñez que cuando hablaban los mayores de personas “salvajes” –con una mezcla de pena y desprecio- yo pensaba que por lo menos podían vivir en libertad, en “su” libertad, hasta que llegaba el “hombre civilizado” y ponía fin al asunto. No me daban miedo ni poblaban mis pesadillas, las cuales se nutrían del comportamiento avieso de personas supuestamente civilizadas.

Luego supe que existían “mujeres que corren con los lobos”(1) y pude –por fin- reajustar mis esquemas, o por lo menos intentarlo, alejándome del grupo social de “las mujeres que aman demasiado

(2). Como no me gusta la tele me he librado de formar parte del grupo de “mujeres desesperadas” y en ese tiempo me he apuntado al club de “las mujeres que leen son peligrosas” (3)

Sin embargo, en estos últimos meses he re-descubierto a mis “amigas salvajes” por antonomasia. Les había perdido el rastro hace bastantes años, pero por azares causales han vuelto a aparecer en mi vida de la mano de un cariñoso amigo común que ha hecho de mensajero del amor y la amistad.

Mujeres de mi generación, de esa generación “bocadillo” que tuvo que romper esquemas, quemar las naves llenas de tabúes y reclamar a voz en cuello y a codazos –ya que sólo con el discurso no era suficiente- el lugar que nos correspondía en una sociedad jerarquizada donde la testosterona era el “caballo ganador” y la mala educación siempre se llevaba premio a “caballo colocado”. No conseguimos librarnos hasta… ¿ayer mismo?.

Las mujeres que yo conozco, con los cincuenta bien cumplidos, están desgraciadamente más que domesticadas. En mi entorno social habitual son mujeres con inteligencia, profesionales reconocidas y esposas o madres tirando a costumbristas y clasiquitas. Hasta aquí todo…más o menos.

Lo curioso es que yo tenga amigas con estas características siendo como soy diametralmente opuesta en cuanto al comportamiento social se refiere. A mí me traen al pairo los convencionalismos, me río muy mucho de todos los “deberías” y de la mayoría de los “hay que” y vivo mi vida al margen o incluso dando la espalda a quienes todavía pretenden que tengo que comulgar con ruedas de molino ajenas. Soy una mujer que vive todo lo que puede “en el lado salvaje” –sin alusiones al trasfondo de Lou Reed, por supuesto.

Así que encontrarme con estas “amigas salvajes” que han sido capaces de ponerse el mundo por montera –sin por ello dejar de ser autosuficientes y mantener su propia dignidad- ha sido un regalo bendito a estas alturas de mi vida. Me hacía falta re-encontrarme con esas “almas gemelas” con las que no hacen falta explicaciones, con quienes las conversaciones no llevan malos entendidos cosidos a la palabra, donde fluyen los pensamientos hacia el verbo de una manera agradable y enriquecedora.

Estamos tan de acuerdo en los sentires y en el fondo de las cuestiones que compartir con ellas es un puro ejercicio de enriquecimiento intelectual y espiritual. Pero…siempre tiene que haber un “pero” y soy yo la que lo aporto a ese grupo de “mujeres salvajes” que han olvidado que una vez alguien quiso domesticarlas porque se alejaron del campo de tiro que quería “cazarlas”. El inconveniente que yo llevo debajo del brazo son “las formas” mías que todavía siguen atadas a lo urbanita, a lo culturalmente consentido y al espacio falto de aire que cada día me asfixia un poco más.

Ellas fueron capaces –hace ya muchos años, por eso no me las encontraba en el asfalto- de abandonar la ciudad opresora y lanzarse a una aventura “salvaje” circundadas de naturaleza, en una espacio limpio de energía negativas y ausente de convencionalismos. Ellas son las que tienen una casa abierta por los cuatro costados a la amistad –aunque antes haya que atravesar la cancela de la esfinge-, un espacio enriquecido por todo lo que regalan a su entorno y que les viene devuelto de una manera que ellas entienden como “milagrosa” sin haberlo esperado tan siquiera.

Son mis “amigas salvajes” porque no callan cuando tienen que hablar. Salvajes porque han roto cadenas imaginarias y de las otras y no permiten que nadie en su entorno haga gala de llevarlas puestas aunque sea con elegancia o glamour. Son mis “amigas salvajes” que sacan las garras cada vez que hace falta para demostrar a la sociedad que no admitimos se nos domestique como si fuéramos seres sin derecho a la propia dignidad. No, no son las famosas “feministas” del siglo pasado sino las mujeres salvajes del XXI que saben cuál es su sitio y no permiten que nadie venga a arrojarles de él.

 Aunque su reino esté arriba de la montaña, entre el bosque y el cielo que todo lo protege. Allí viven ellas, brujas mágicas o hadas peleonas; mujeres salvajes que han encontrado su propia esencia y su lugar en este mundo.

Y yo he tenido la suerte de desentrañar el acertijo que conduce hasta su cariño y amistad. Me están mostrando el camino que durante tantos años he estado buscando. Ahora ya sólo me falta –a mí también- esperar la oportunidad precisa y adecuada y dar el salto. Romper la última cadena.

En fin.

LaAlquimista

* Para mis amigas MC. y A. que son mucho más libres que yo.

Por si alguien desea contactar:


 
(1)            “Mujeres que corren con los lobos” de Clarisa Pinkola Estés.

(2)            “Las mujeres que aman demasiado” de Norvin Norwood

(3)            “Las mujeres que leen son peligrosas” de Stefan Bollmann
 
 

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