miércoles, 25 de marzo de 2015

Un día tonto lo tiene cualquiera

 

Ya sabes; te despiertas por la mañana y enseguida te das cuenta de que hay algo que falla. No, no te duele nada ni estás incubando una gripe, es simplemente que… algo indefinible te está molestando y seguro que vas a tardar unas cuantas horas en darte cuenta de qué es.

Las tareas del día se perfilan anodinas aunque de víspera te hayas acostado con cierta ilusión o incluso tranquilidad; levantas la persiana y el tiempo está como tu ánimo -¡qué raro!-, sin viento, el suelo mojado, las nubes tapando férreamente la luz del sol y un frío gris invadiéndolo todo. Vas a la cocina y piensas que ni te apetece tomarte un café. Luego piensas que igual la ducha te despeja, pero resulta que tampoco. (A veces el agua no se lleva ninguna pena)

Y ya sabes que todas las horas van a ser así de tontas, de inanes y absurdas hasta que pase algo diferente, porque eso es lo que necesitas precisamente, que ocurra algo que te espabile las neuronas o que te despierte el corazón. Da igual que sea martes y festivo; eso es tan sólo una excusa más, pero es menos grave que si fuera sábado, sentirse melancólica y “chof” el fin de semana es menos llevadero… Un martes, pues tiene un pasar, hasta casi parece un poco obligado...

Hoy todo está cerrado menos la hostelería y los bazares chinos, así que no hay excusa de ir al trabajo como un autómata y piensas si será mejor quedarse en casa como un robot; tanto da. ¿Un paseo, un libro, un poco de ejercicio, un par de onzas de chocolate negro? Gran duda. Hoy no es tu día y punto.

Pues bueno, también tenemos derecho a sentirnos de esta manera, como desganados a tope y sin fuerzas ni para descorrer las cortinas; no todo van a ser energías vitales echando chispas y rompiendo barreras y saltando vallas. Hoy puede ser justo el día adecuado para un poco de silencio interior o incluso para sacar las púas de erizo y no dejar que se nos acerque nadie (siempre sin pinchar, claro); o incluso para mirar la vida desde lejos y con los ojos entornados, como si no fuera la cosa con nosotros, como si nos apeáramos del vagón una estación antes y todo comenzara a ser diferente a como es cada día, sacándolo de la rutina.

Lo único bueno que tiene esta melancolía es que los que vivimos solos no se la hacemos pagar a nadie. En mi caso, me voy a ver el mar, que hace muchos días que no le escucho y seguro que tiene algo interesante que contar.

En fin.

LaAlquimista

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