lunes, 2 de marzo de 2015

Si no sabes qué hacer, no hagas nada

 

Creo que esta frase, disfrazada de máxima de libro de autoayuda, la escuché o leí por primera vez hace más de veinte años. Pues hoy es el día en que la sigo teniendo presente cada vez que se me cruzan los cables en uno cualquiera de los cambios de rasante por los que transcurre mi vida. A diferencia de otras personas, -más sabias, más inteligentes y, sobre todo, más listas- que saben en cada momento y ocasión cómo actuar, qué decir o qué callar, yo me atoro como el gatillo de un rifle y cuando intento desencasquillarlo se me dispara solo y organizo una escabechina (figuradamente, claro) a mi alrededor.

Eso es porque ese día se me ha olvidado en casa la frasecita de marras, porque no la tengo grabada al rojo vivo en algún sitio a la vista que me recuerde la utilidad de la inacción, porque debería tener unos cuantos post-it mentales en color fosforito para impedirme meter la pata. El caso es que, mira que tengo ejemplos cotidianos a mi alrededor de personas que no hacen nada cuando no saben qué hacer; algunos políticos, sin ir más lejos. O algunos directivos de empresa, esos que se sientan ante una mesa llena de problemas y vacía de documentos y ponen cara de sufrir intensamente y están pensando en qué les pondrá la mujer para cenar esa noche.


Yo también tengo que aprender, de una vez por todas, a no hacer nada cuando no sé qué hacer. Cuando una situación me supera ¿por qué quiero siempre hallar la solución que la desenmarañe? Cuando no entiendo el comportamiento de los otros ¿por qué me rompo la cabeza intentando interpretarlo –erróneamente casi siempre?

Parece que si no estamos activos continuamente, enredando en la vida propia y la ajena, entrando y saliendo, subiendo y bajando, como motos con unos y con otros, todo el día sin parar un segundo, sin detenernos, “haciendo cosas”, no podemos sentirnos satisfechos de nosotros mismos. Y, sin embargo, sé perfectamente que el tomar distancia para ver las cosas con perspectiva, desde la inacción consciente, es la mejor manera –en lo que a mí me sirve y a nadie espero convencer- de no perder la tranquilidad de espíritu.

Porque la vida la hacemos muy complicada las personas y luego no paramos de quejarnos de los líos en los que nos hemos metido…así que es bueno recordarme que, cuando no sé qué hacer, lo mejor que puedo hacer es…nada.

En fin.

LaAlquimista

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