martes, 12 de mayo de 2015

La soberbia del escritor


 

Javier Marías es un muy buen escritor y no hace falta que lo diga yo, cualquiera que ame la literatura se ha dejado enamorar cualquiera de estos últimos años por cualquiera de sus múltiples obras. Aunque ha sido pretencioso a veces –o eso me ha parecido a mí por lo que pido disculpas por el juicio ausente de derecho- otras, como ésta en que me regalo una tarde lluviosa con sus letras, se me antoja cercano, casi como si fuera un amigo, incorpóreo eso sí, pero amigo al fin y al cabo, que se ha tomado la molestia de dedicar muchas horas –y no todas felices, no todas placenteras- a pergeñar la novela, las situaciones, a inventar para hacerme feliz una tarde con mucha lluvia y menos alegrías.

“Los enamoramientos” me ha atrapado desde la primera página, desde la frase inicial;; porque hay novelas que se recuerdan por su comienzo, como aquélla en la que un niño –ya convertido en coronel y a punto de perder la vida- seguía recordando el día en que su padre le llevó a conocer el hielo, o incluso poemas que se agarran al recuerdo y de los que tan sólo sabemos la primera estrofa, y no importa, porque son cien cañones que nos retrotraen a la niñez feliz –o casi- y nos hacen añorarlo todo en un instante sugerido.

Afuera llueve con ganas; casi con tantas como las que los protagonistas ponen en mostrar sin mostrar su enamoramiento lleno de detalles que no se escapan al ojo del autor que en realidad es su propio enamoramiento si es que alguna vez lo sintió, el telón detrás del que se oculta su alma que no nos muestra aunque una vez dijera “todas las almas”, y quizás no incluyera la suya o quizás sí, quién soy yo para elucubrar sobre vidas ajenas, como la narradora omnisciente que imagina, cuenta, inventa acaso, sobre la vida de la pareja que ve todos los días en la cafetería donde comparten desayuno y sueños o ilusiones o quizás alguna amargura que no se ve ni se adivina detrás de la fachada amable y sonriente de la mujer y el hombre que inquietan a quien, desde la mesa del fondo, les observa (y juzga incluso en contra de sus propios deseos).

Es importante leer lo que otros han escrito. Así vemos la vida como en una pantalla y, tal y como nos decían de pequeños, que es cine, que hay una cámara detrás, no hay que creerlo, podamos sentir que ese corazón tan blanco puede ser el nuestro también, por qué no si todo está permitido, a fin de cuentas novela es fantasía con más o menos licencias poéticas o sin ninguna, a gusto del que escribe e interpretación del que lee.

Leo la vida que me muestra el escritor y me gustaría que fuera la mía –en parte, sólo en parte- porque habla del enamoramiento y aunque yo crea que sé mucho del tema, o bastante que no es lo mismo pero duele igual, me va descubriendo en sus páginas detalles, pequeños trucos que no sé cómo no se me habían ocurrido antes, debería apuntarlos mientras leo, que no se me olviden, podrían serme útiles la próxima vez, si es que hay próxima vez, si es que mi historia pudiera ser algún día digna de ser contada, o tan sólo inventada por un escritor, aunque no fuera tan famoso como Marías.

O tan loco, que qué se puede esperar de alguien que se autoproclama Rey de Redonda aunque sea un título literario –o editorial que da más dinero-; un orate con sillón en la academia que a veces engaña haciendo creer a sus seguidores que podemos ser súbditos invitados o príncipes agasajados de un espacio virtual o imaginado donde las leyes se entremezclan con la literatura y la poesía lo cubre todo aunque no se perciba, como una niebla o una pequeña llovizna del norte que empapa sin que haya que cerrar los ojos.

Si me lo encontrara en la calle –que ya es dislate viviendo alejados escritor y lectora- le pararía, si él lo permitiera- y le diría que esos veinte mil euros que ha rechazado por orgullo y también su peculiar coherencia e indiscutible amor a su padre, podría haberlo donado a quien necesitara más abrigarse con prendas de lana que con el oropel mundano de la soberbia.

Levanto la vista de las páginas cuando el peso de las palabras me obliga a ello, sintiendo que mi interior empieza a combarse con el peso de la batalla de mañana en la que no sé en quién pensaré ni siquiera si pensaré en alguien -¿quién querría ser pensado por mí?- y tengo que dejar reposar sus páginas de papel –siempre de papel tintado- porque siento de alguna manera que empieza a asomar el filo de la negra espalda de un tiempo que todos tenemos en alguna parte, en un rincón del corazón o entre los recuerdos que ya se nos han olvidado.

Un libro magnífico que lo hace todo y lo inventa todo y lo regala todo. Tanto como yo quiera, como yo necesite, como yo esté dispuesta a soportar sobre mi corazón. Aunque ya no sea tan blanco. Un libro que no necesita medallas porque el premio estriba en el que el autor nos ofrece a los que le leemos y sufrimos o gozamos con lo que ha inventado para engañarnos –o hacernos felices- durante cuatrocientas una páginas.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:


 http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

*Post escrito hace un par de años, que conste.

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