jueves, 7 de mayo de 2015

"Carnage = masacre"


 En inglés y en francés significa “matanza”, “masacre” o “escabechina”, pero en español la traducción es “Un dios salvaje” para titular la última obra maestra de Polanski. Pero no voy a hablar de los despropósitos que hacen los de las distribuidoras traduciendo con el culo (¿recordáis “Solo ante el peligro” cuyo título original era “High noon” = pleno mediodía o “Sonrisas y lágrimas” que nunca dejó de ser “The sound of music”?), sino de todo lo que me ha revuelto por dentro la peli “Carnage”.

Se trata de dos matrimonios que intentan hablar civilizadamente de lo que ha ocurrido entre sus dos hijos adolescentes, una situación en la que uno de los chavales le arreó al otro con un palo y le saltó dos incisivos. Se ve que son educados, políticamente correctos, que quieren parecer ciudadanos del mundo, cultivados, de un cierto nivel… y conforme va pasando el tiempo –encerrados toda la película en el salón de la casa de los padres del chaval agredido-, hay dos desencadenantes que hacen que la situación derive en un auténtico caos absolutamente imprevisible.

El primero de los detonantes es el teléfono móvil del padre del chaval agresor, que no para de sonar y el hombre de interrumpir la conversación contestando a las llamadas. Al principio parece que no tiene mucha importancia –a todos nos pasa que nos suena el móvil inoportunamente- pero luego se va descubriendo la falta de respeto tan absoluta que supone estar con una persona y anteponer la llamada que sea a la presencia física y real del interlocutor.
 
¿Por qué vamos charlando con una amiga, con la pareja, con un primo de Valladolid y les suena el móvil y es como si anunciaran el Apocalipsis que todo queda suspendido?; el que no atiende al móvil se queda con cara de póquer, sin saber a dónde mirar, escuchando la conversación porque no queda más remedio (existe una variante en la que al que le llaman se aleja y te deja sola en mitad de la calle o de donde sea como si fueras una apestada) y aguantando la impertinencia para no recibir al final ni siquiera un “lo siento, era mi madre…”  En la película, las interrupciones se llevan al límite y se ve perfectamente cómo los personajes serían capaces de estrangular al que no para de pedir tiempo para atender las llamadas.

La segunda –y no menos importante- circunstancia detonadora es el alcohol. Una botella de güisqui de dieciocho años que va pasando de mano en mano, y cuanto más baja de volumen más aumenta el grado de agresividad de los personajes. Llega un momento en que dejan de ser educados, contemporizadores, amigables y políticamente correctos para dejar que el auténtico yo interior, la verdadera esencia del ser humano aflore al exterior con un resultado que, desde luego, vale la pena pagar por contemplar.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien quiere contactar:





No hay comentarios:

Publicar un comentario