sábado, 9 de mayo de 2015

¿Hay que meterse en la vida de los demás?



 
El título del post es una pregunta más bien retórica –qué duda cabe- porque es un cuchillo que corta por los dos lados. Nadie quiere que se invada la propia intimidad con consejos o manifestaciones que no han sido solicitadas. Pero tampoco es deseable no recibir ayuda cuando la propia existencia va a la deriva. La diferencia entre la primera premisa y la segunda tiene parada obligada en el orgullo, a ver si no.

¿Por qué se crea el ser humano alrededor de la propia existencia una especie de cercado lleno de alambre de púas para luego quejarse de que nadie se interesa por él? He visto, con demasiada frecuencia, cómo personas que blindan su intimidad, que “no cuentan nada”, acaban soportando y sufriendo las más temibles situaciones –enfermedad, soledad, abandono, depresión- sin nadie a su lado como consecuencia inevitable de su actitud. 

Si, a pesar de todo, se consigue llegar al corazón de la persona, bien porque ha levantado una esquinita de la valla protectora o porque nos hemos colado sin permiso saltándola, se descubre que es únicamente un falso y estúpido orgullo el que ha estado “protegiendo” esa existencia del contacto humano y dejándola fría, estéril, inane.

¿Es bueno meterse en la vida de los demás? Pues depende, claro está. Depende del grado de amor que sintamos hacia esa persona y, sobre todo, depende del “derecho” que tengamos a inmiscuirnos en su vida. Los padres creen que tienen ese derecho para meterse en la vida de sus hijos; los hermanos entre sí y no digamos ya nada de quienes forman pareja. Entre los amigos, la cosa varía bastante; depende de si la amistad lo es con mayúsculas o con minúsculas.

Aunque es evidente que hay formas y formas. Una cosa es criticar, malmeter o cuestionar las decisiones o actitudes ajenas y otra bien distinta hacer ver, con respeto y cariño, alguna circunstancia de la que la persona no ha podido percatarse quizás. Aquello de que los árboles no te dejan ver el bosque.

En mi vida se han metido algunas personas para decir lo que hacía mal, pero no para proporcionar ideas ni recursos para mejorarlo. En ese apartado, creo que casi siempre se enseñorea la propia familia de origen que enarbola la patente de corso del derecho inalienable a hacer críticas.

Más adelante vinieron los buenos y malos amigos, las buenas y malas parejas y otras dudosas compañías de difícil clasificación. Pero todos tenían algo que decir, bien a la cara o –lo más habitual- por la espalda, que es por donde se clavan las puñaladas traperas.

Como es bastante difícil decidir cuándo queremos ayuda y cuándo queremos que nos dejen en paz, me aplico el principio de las mareas: que suben y bajan en un constante vaivén. Si me cuentan un problema y me piden opinión y ayuda, me implico. Y cuando tengo un problema y pido opinión y ayuda, espero que la otra persona se implique también. Y funciona bastante bien.

Al resto del mundo le dejo en paz, que viva su vida con sus luces y sus sombras. Que ya somos mayorcitos todos…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
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