domingo, 3 de julio de 2022

EL DÍA DESPUÉS

 

El día después

Lo único que ya me gusta de las fiestas populares es el día después. Esas mañanas silenciosas en las que el territorio se divide en dos bandos: los que duermen después de haber disfrutado y los que disfrutan después de haber dormido. Los primeros porque tienen que reacondicionar el cuerpo después de la juerga y el trasnoche y los segundos porque se hacen dueños indiscutibles de un espacio privado, ausente de ruidos, de bronca, de gente molesta…

Ayer por la noche no participé en la fiesta; la víspera de San Juan es algo importante en Cataluña, pero tienes que ser catalana o formar parte de una “colla” (cuadrilla de amigos) para sentir desde dentro las ganas de tirarte de cabeza a la fiesta de comer, beber, tirar petardos, cohetes y fuegos artificiales  como si esto fuera la guerra y hacer una hoguera por el placer de montar la juerga alrededor del fuego. O te encierras en un búnquer o te sumas a la fiesta, hay que aceptar las cosas como son, sigue siendo absurdo intentar cambiar una realidad de miles, qué digo miles, decenas de miles de personas, en grupos, en familia, en tribus y hasta en pareja, dedicados todos ellos a convertir en humo una buena cantidad de dinero (sin intervención de ningún banco, cosa curiosa) a base de lanzar petardos, cohetes, bengalas y ramilletes más o menos vistosos de fuegos artificiales.

El chiringuito “de toda la vida” que fundó Jorge, un guipuzcoano emigrado a estas tierras, se ha quedado sin licencia para este año porque el ayuntamiento ha decidido cambiar el sistema; tan sólo restaurantes y nada de música en directo, ni copas bailonas, ni ambiente bullanguero. Así que la peña invade la larguísima playa con mesas y sillas de camping, las neveras portátiles, los niños y los abuelos. (Los perros se quedan en casa aullando con los tímpanos a reventar del ruido de los cohetes). Las familias y los amigos eligen: o se gastan un pastizal en algún restaurante con “Menú Revetlla de Sant Joan” o se lo llevan todo puesto en un picnic nocturno, caótico y del que luego –tristemente- quedan restos plastificados y basura mezclada con la arena.

Algunos encienden una pequeña hoguera (están prohibidas, pero ya se sabe, las reglas están para fumárselas) y otros se divierten con los potentísimos altavoces bluetooth accionados a través del Smartphone, montando la fiesta a su aire, con mucho alcohol, mucho fumeteo y sustancias químicas diversas para enajenarse durante unas horas. Este año me ha tocado solitario, así que me quedé en casita tan ricamente, viendo una peli después de una cena frugal como la de cualquier noche.

Pero esta mañana, después de la fiesta, sorteando el marasmo de restos quemados, la playa me ha ofrecido una larguísima caminata en silencio, compartido únicamente con unos pocos caminantes que, como yo, disfrutaban de la ausencia de ruido… y ese tiempo fresco, limpio, descansado y consciente ha sido lo mejor del día de fiesta que es hoy, precisamente, 24 de Junio.

Esta es la señal inequívoca de que estoy evolucionando –un poco aunque sea- como persona: ahora soy capaz de disfrutar de todo lo que la vida pone a mi alcance, sin descartar nada, sin rechazar, sin oponerme, sin esa intolerancia de otrora en la que había que hacer únicamente lo que se suponía que era propio de la edad, del momento, de la situación. Sin esa rigidez que veo en personas de mi edad que se ciñen únicamente a lo que dictan unas normas que ni siquiera ellos han ayudado a dictar. Me gusta la fiesta –cuando me invitan- y me gusta el día después de la fiesta aunque no haya participado. Así todo está en orden

Si alguien se queja del ruido de la fiesta que recuerde si alguna vez fue joven…

Felices los felices.

LaAlquimista

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