domingo, 3 de julio de 2022

SOLA O EN COMPAÑÍA DE OTROS

 

Sola o en compañía de otros

Durante las primeras décadas de mi vida le temía a la soledad más que los campesinos a un “nublao”. Crecí bajo el palio educacional del “no es bueno que el hombre esté solo” y, lejos de captar el mensaje patriarcal creí a pies juntillas que me señalaban con el dedo y es por eso que empecé a tener graves problemas relacionales en cuanto me salían de dentro unas ganas inmensas de irme por ahí sola, respirar a mi ritmo sin acompasarlo al de nadie, tener lo que la pobre Virginia Woolf llamó “una habitación propia”.

Pero la sociedad la hacemos entre todos –aunque luego queramos echarle la culpa al maestro armero- y esa historia manida y repetida de que el individuo de la especie –y sobre todo la mujer- debe emparejarse para cumplir con su “destino” sigue siendo un baldón si choca de frente contra la libertad personal.

¿Por qué no puedo armonizar en mi vida las delicias de la compañía y las mieles de la soledad? –me preguntaba con un punto de desesperación- cuando miraba en mi dedo la alianza de casada o empujaba cochecito inglés con niña de rosa dentro…

¿Qué me impedía realizar mis necesidades íntimas, espirituales muchas de ellas, existenciales otras, sin estar bajo el foco de una mirada ajena? ¿Era yo misma quien apretaba mis grilletes o me ponía entre la entrada de la caverna y el fuego de Platón? ¿Quién era responsable de mi insatisfacción? ¿A quién echarle la culpa como me habían enseñado a hacer en casa?

Tener cuarenta años, dos hijas y ningún marido me hizo replantearme todas las directrices bajo las cuales había pergeñado mi estrategia vital, empujada primero por la familia y después por la sociedad, que me habían convertido en férrea carcelera de mí misma. Pero no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, así que…

Aproveché las mieles del divorcio –que las tiene, vaya que sí- para empezar a explorar la parte positiva de la soledad. Como sinónimo de libertad, qué duda cabe… ¡Qué feliz fui durante tantos años los fines de semana “de soltera”! ¡Qué feliz volvía a ser con mis hijas, jugando a las “3Marías” y explorando la vida las tres juntas! Y las vacaciones en familia femenina, los viajes descubriendo el mundo las tres, los veranos en “nuestro otro mar”, la pizza y las palomitas viendo películas del video club…

Y luego, la maleta pequeña para viajar sola, el salto bestial a otro continente con mi nuevo contenido, la magia de los aeropuertos, la emoción de todo lo nuevo. Los kilómetros en coche sin copiloto, parar y arrancar a voluntad, sacar la foto con los ojos bien abiertos, decidir cuándo y cómo y cuánto disfrutar de cada minuto…

Amores y amistades han dejado su sello en mi pasaporte emocional y ahora que ya sé que todos son como “las campanas de San Juan” que unas vienen y otras van…no tengo más trabajo que hacer que permanecer bien pegadita al fiel de mi balanza…

Soy feliz acompañada y soy feliz cuando busco la soledad. El equilibrio entre ambas situaciones tan sólo depende de mí, nadie tiene poder sobre ello. Voy y vengo, entro y salgo; a veces me tropiezo y no hay nadie cerca que me sujete para levantarme. Otras, me cae una piedra en la cabeza y tengo quien me cura la herida. Todo esto forma parte del equilibrio de la vida…

Intento apurar el placer de la compañía humana para luego  recuperar la total tranquilidad de la “solitude”, esa soledad elegida que es uno de los más grandes logros del ser humano consciente de sí mismo.

Menos mal que pude darme cuenta a tiempo de qué era lo que me producía paz y tranquilidad…y que tuve las herramientas necesarias para conseguirlo. Estoy muy agradecida a la vida o al Universo o a mí misma, tanto da.

Felices los felices.

LaAlquimista

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  • “Compartimento C. Coche 293” Edward Hopper 1938

 

 

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