domingo, 3 de julio de 2022

LOS JUBILADOS NO TENEMOS VACACIONES

 

Los jubilados no tenemos vacaciones

Poniéndonos exquisitos con el idioma –que por qué no- si partimos de la base de que las vacaciones son el “descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios”, los que ya no fichamos en ningún lado no podemos tener ,sensu stricto, vacaciones ni por casualidad.

Otra cosa es que le demos un zapatazo a la rutina y nos inventemos otra nueva durante unos días o semanas para hacernos la ilusión de que movemos algo en nuestra vida, cambiando la hiperactividad (demasiado arraigada en las “clases pasivas”) por una especie de dolce far niente rayano en la holgazanería más vil.

Y digo esto porque el otro día escuché la larguísima queja de una mujer de casi setenta años que decía que no sabía de dónde había sacado durante cuarenta años tiempo para trabajar ya que al jubilarse metía más horas que nunca a base de hacer gimnasias varias, cuidar nietos, cantar en un coro, echar unas cuantas horas en una ONG del barrio, acudir a dos talleres semanales en la casa de cultura y, no te lo pierdas, seguir atendiendo la casa –con todo su continente y contenido- como lo había hecho toda la vida, marido incluído.

Me cansé tanto de escucharle –hay una empatía que fatiga, de verdad que existe- que le dije con mucha vehemencia: “¡Lo que tú necesitas son unas vacaciones…!”

Mis primeros tiempos de no ir a fichar, prejubilada a punta de pistola, me dio como una especie de locura por participar en actividades diversas, algunas intelectuales, otras físicas, alguna con cierto tinte espiritual; sentía que no podía quedarme mirando a las musarañas (o la televisión), que no bastaba con hacer algún viaje extra al año o leer el triple de libros al tener más tiempo para hacerlo.

Me metí en muchos tinglados y en alguna charca, ofrecí mi tiempo a quienes parecían tener aprecio por él; picoteé en las ong’s de cercanía, aprendí lo que no está escrito, promoví mi propio proyecto de crecimiento compartiéndolo con quien se interesó. En fin, por no aburrir, que mi agenda parecía la de un ministro con más ínfulas que cartera.

En pocos años comprendí dos lecciones importantísimas (para mí). La primera es que el mundo está lleno de gente desagradecida y la segunda es que el crecimiento personal tiene que ser silencioso y no con luz y taquígrafos.

Es por eso que ahora “ya no me voy de vacaciones” porque mi “actividad habitual” sigue siendo la misma en el Cantábrico que en el Mediterráneo. No hay diferencia alguna entre la mujer que vive en el ladrillo de la que lee en el jardín a la sombra. Sigo haciendo las mismas cosas, la misma rutina, en un lugar que en otro. Madrugar, respirar, reflexionar, caminar, leer libros, dormir la siesta, comer rico y abrazar a quienes quiero.

Ya no me pillan en voluntariados agotadores haciendo el trabajo de quienes están en nómina y cobran por ello, ni regalo mi tiempo a quien quiere “tener cosas gratis” mientras tú te dejas el escapulario en el esfuerzo. Los nietos, como están en la otra punta del mapamundi, se crían felices sin ninguna influencia de su abuela. De rebote, no discuto con mi hija –su madre- ni por casualidad.

Vivo y dejo vivir. Pero eso sí, vacaciones, lo que se dice vacaciones, no tengo…

Felices los felices.

LaAlquimista

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