domingo, 3 de julio de 2022

HIJOS CONSENTIDOS, FUTUROS TIRANOS

 

Hijos consentidos, futuros tiranos

Soy madre de dos mujeres adultas, hijas de la generación “Y”, más comúnmente conocida como “Millennials”. Siempre supe que quería tener hijos, para exorcizar la carencia afectiva de mis primeros lustros de vida lo cual condicionó ineluctablemente todas mis decisiones adultas. Decir que tuve una “infancia infeliz” es, ahora mismo, una vulgaridad que a nadie le interesa. Es más, si lo cuentas –excepto en terapia donde no se pueden burlar porque para eso cobran- a un amigo o persona aledaña, te expones a que te miren como diciendo: “Bah, no será para tanto”, pero cada quien sabe las piedras que ha llevado en sus zapatos y con eso basta.

Ya durante mi primer embarazo me volví loca leyendo libros sobre formas, maneras y consejos para una maternidad responsable. Eran los años 80 así que la época venía marcada por una toma de conciencia existencial y, sobre todo, por el advenimiento de una libertad individual y colectiva que no se había olido en décadas en este país.

Fui lo que los franceses dieron en llamar: “BoBo” (Bohemien-Bourgeois). Una clasificación sociológica informal que describía a los miembros de un grupo social ascendente en la era de las nuevas tecnologías, que se caracterizaba por su pertenencia funcional al capitalismo junto con sus valores asociales “bohemios” y hippies. El caso es que crie a mis hijas intentando que no hubiera autoritarismo por mi parte pero que tampoco hubiera chantaje emocional por la suya. Es decir: que con una mano les daba y con la otra les quitaba. No lo tuvieron demasiado fácil conmigo, tengo que reconocerlo, pero a la vista del resultado no debí hacerlo tan mal. (Resultado: son libres y equilibradas en sus opciones vitales elegidas.)

Dada mi condición especial de “jefa de familia monoparental” por divorcio interpuesto, (dos a falta de uno) eduqué a mis hijas como me dio la gana y sé que fui dura con ellas; que les exigí mucho y les consentí poco, que conmigo “tonterías, las justas”, que si me tomaron alguna vez por “el pito del sereno” –que por supuesto que lo hicieron- no me di cuenta porque han salido más listas que “los ratones coloraos”.

No tuvieron caprichos a tutiplén, ni los últimos juguetes de moda –las dichosas “gameboy”-, ni una consola en su cuarto, ni mucho menos televisión y no hablemos ya de la ropa que el único chándal de marca lo tuvieron como regalo navideño y cosa caprichosa no como algo “normal”. Siempre supieron el tamaño de mi nómina y lo que costaba comprar los garbanzos, con lo que conseguí que fueran “conscientes” de que el dinero no crecía en los árboles. Nunca les di “la paga” porque sí, sino a cambio de la colaboración en las tareas domésticas: pasar el aspirador, poner la lavadora…cosas así. Su trabajo recibía un pago: la paga semanal. Ya digo, tonterías, las justas. Los reproches que toda hija hace a su madre es cosa que hemos sanado y limpiado en un enjundioso y largo ejercicio de sinceridad personal. Creo honestamente que estamos en paz.

Lo que sí que puedo asegurar es que de hijos consentidos, con todos los caprichos otorgados, no puede salir nada bueno en el futuro, excepto esos “tiranos” que creen que todo les es debido porque todo les ha sido consentido. Como los “millennials” que ahora tienen entre 24 y 40 años y están descubriendo que la vida no es tan fácil como lo era bajo la tutela de “papá y mamá” que todo lo facilitaban y a todas las demandas accedían. Valga aquí el dicho: “Enseñar a pescar en vez de dar peces”.

Si nos quejamos –porque hay mucha queja suelta por ahí- de que los hijos ya casi adultos de hoy en día son un compendio de todas las facetas y maneras del egoísmo, también deberemos pensar qué parte de responsabilidad tenemos nosotros, los que les hemos maleducado para bregar en esta sociedad individualista, yoísta y que gira alrededor del propio ombligo.

Quizás, de tanto querer que ellos tuvieran las libertades u oportunidades que nos faltaron a nosotros, hemos resultado esclavizados. Paradojas de la inconsistencia de la mente humana. En fin.

Felices los felices.

LaAlquimista

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