domingo, 3 de julio de 2022

PRESTAR ATENCIÓN. EL RETO

 

Prestar atención. El reto

Decía la insigne Simone Weil que: “La atención es la forma más rara y pura de generosidad”. Y recuerdo sus palabras después de haber observado a una cantidad ingente de humanos enganchados a sus móviles sin hacer ni puñetero caso a quienes les acompañaban. En los tres países por los que me he deslizado últimamente, (México, Alemania y España) la “pandemia tecnológica” está extendida sin remedio aparente. En algunos locales simpáticos y que se las quieren dar de alternativos –con lo mal visto que está ahora mismo salirse del rebaño- he visto letreritos del tipo: “No tenemos Wifi, hablen entre ustedes” y a mí me resultan de una candidez supina, algo así como recordarnos que no nos machaquemos los unos a los otros de todas las formas humanas posibles mientras tenemos al alcance de la mano las herramientas para hacerlo impunemente. (Se me han venido a la mente las matanzas organizadas y las indiscriminadas de los últimos tiempos.)

Ofrecer nuestra atención al otro cuando nos cuenta lo que le preocupa o un sueño que le bulle en los aledaños del alma o, simplemente, cualquier cuita de esas de andar por casa, es todo un regalo que brilla aunque no se envuelva en papel de colores. Sencillamente: mirar al otro a los ojos y no a las moscas que vuelan. Sencillamente: que el otro sienta que le importamos porque estamos en ese momento en la misma longitud de onda o en idéntica geolocalización. Aquí estamos, juntos, compartiendo. Atento a tus palabras, a tus gestos, a todo tu ser y no con el smartphone encima de la mesa mirando de reojo los whatsapps que van entrando.

Cuantas veces me he sentido ignorada olímpicamente por un interlocutor “ausente” he tenido que reflexionar y tomar buena nota para no hacerle sentir algo parecido a otra persona. Porque puede ocurrir que –y esto es dolorosamente cierto- no nos interese nada en absoluto el discurso ajeno y entonces…!ay, entonces! ¿Decirlo libremente? ¿Expresar la molestia? ¿O acallar el bostezo interno y calcular cuánto falta para que acabe el encuentro?

Curiosamente, me ha pasado –y aún me sigue pasando de vez en cuando- justo lo contrario; que no consigo atraer la atención de todas las personas con las que comparto una mesa, una charla, un rato amigable y constato que lo que yo cuento –mis anécdotas en zapatillas- no son dignas de la atención del personal. Ya no me enfurruño, no, me lo como con patatas y pienso que no habré estado muy ocurrente o que –también puede ocurrir- esa persona está de pelea con sus monstruos internos y no es capaz de salirse de sí misma. Es raro prestar atención, como decía la filósofa, y es más raro aún ser generoso. Vamos por la vida como si todo nos fuera debido y nosotros los jueces que dictaminamos lo que está bien y lo que está mal. Nos cuesta salir de ese círculo.

De momento, cuando alguien está “supuestamente” conmigo y le presta más atención a su teléfono que a mí, me provoca la ineludible necesidad de hacérselo notar porque no soy ni ciega ni idiota. A veces, se disculpan y corrigen. Otras, no solemos repetir. De esa manera he aprendido a dejar mi teléfono en el fondo del bolso cuando estoy con personas a las que deseo prestarles atención. Así son los aprendizajes en esta vida, que siempre se cobran un peaje.

“La palabra nomofobia viene del inglés nomophobia, compuesto de no (negación), mo (de mobile phone = teléfono móvil) y phobia (del griego φοβία = miedo irracional). Se refiere al miedo irracional de estar separado del teléfono móvil.”   No todo es falta de interés o falta de educación. Ya estamos cara a cara con una nueva adicción.

Felices los felices. Y los que guardamos el móvil en un rincón.

LaAlquimista

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